Desde hace varios años, Marcela Turati, una de las mejores periodistas de México, temía que la estuvieran espiando.
Sus detalladas coberturas en derechos humanos, su atención a las víctimas de masacres, sus denuncias sobre las violencias estatales y del crimen organizado, su empeño en recorrer el país para descifrar los efectos de la maldita guerra contra el narcotráfico y mostrar rostros e historias, no sólo números de asesinatos y desapariciones, la dotaban de vulnerabilidad en un país plagado de corrupción y extremadamente peligroso para ejercer el periodismo crítico y responsable (el obsecuente nunca entraña riesgo alguno).
Desconfiaba. Y tenía razón.
La semana pasada, Turati, Ana Lorena Delgadillo, abogada y directora de la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho y Mercedes Doretti, directora del Equipo Argentino de Antropología Forense para Centroamérica y Norteamérica, por fin pudieron revelar que la extinta Procuraduría General de la República (PGR) intervino sus teléfonos entre 2015 y 2016.
Es decir, fueron espiadas durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. Por el Estado. A ellas, que no han dejado de buscar verdad y justicia, las convirtieron en "sospechosas" de crimen organizado y secuestro. Lo descubrieron recién hace algunos meses.
El pretexto para acosarlas fue su interés en una de las tantas masacres que han regado de sangre al país. En 2011, por lo menos 193 personas fueron sacadas de autobuses en San Fernando, un municipio del estado de Tamaulipas. Las mataron a golpes. Los cuerpos terminaron amontonadas en fosas clandestinas.
La barbarie no era nueva. Un año antes, también en San Fernando, fueron ejecutadas 72 personas, la mayoría de ellos migrantes de Centro y Sudamérica.
En ambos casos se responsabilizó a Los Zetas, el cártel que controlaba la región. Pero la PGR, en lugar de investigar y detener a los culpables, de identificar los cuerpos para darles algo de paz a las familias y promover justicia, actuó contra Turati, Delgadillo y Doretti, tres referentes en derechos humanos que desde el periodismo, el derecho y la antropología ayudan a las víctimas.
Compromiso
Turati no solo es una de las periodistas más importantes del país. Es, también, una de las más queridas.
Ni los premios, ni los aplausos ni el reconocimiento nacional e internacional alcanzado en sus casi tres décadas de trayectoria han obnubilado a esta mujer de cabellos tan rebeldes como su reporteo y su escritura. Marcela jamás ha sucumbido a la tentación de autoerigirse en una heroína de pedestal. No lanza proclamas. No grita, no insulta. Simplemente investiga, pregunta, camina, entrevista, analiza y denuncia. Su trabajo habla por ella.
Tampoco se ha encerrado para regodearse en su talento en soledad. Jamás fue individualista. Ya desde sus inicios como reportera en el diario Reforma apostaba por el trabajo colectivo y por estrategias de capacitación que en ese momento no estaban de moda, ni en ese periódico ni en el país. Nunca ha perdido esa convicción.
La inquietud por aprender, compartir y construir la llevó a fundar en 2007 –junto con otras reporteras excepcionales, entre ellas Daniela Pastrana– Periodistas de a Pie, una organización en la que ya no participa, pero que hoy es fundamental para fomentar el periodismo de calidad y proteger a periodistas en un contexto de violencia permanente, en donde los crímenes contra las y los trabajadores de prensa no dejan de sucederse.
El compromiso por ese periodismo serio, profundo, profesional, ajeno a mezquindades y presiones políticas y económicas, Marcela lo continuó en la revista Proceso y ahora en Quinto Elemento Lab, una joven organización fundada junto con otros periodistas y que en sólo cuatro años ya goza de un prestigio bien ganado. Además coordina el portal adóndevanlosdesaparecidos.com, herramienta invaluable de periodismo de investigación en un país que ya acumula casi 100.000 desapariciones. La coherencia sí es lo suyo.
Resistencia
En el medio están los múltiples reconocimientos: del Premio a la Excelencia de la Fundación Gabriel García Márquez y el Walter Reuters (Alemania), al Maria Moors Cabot (Universidad de Columbia) y el Louis M. Lyon a la conciencia e integridad en el periodismo (Fundación Nieman de la Universidad de Harvard), entre muchos otros.
Pero los premios, en verdad, son secundarios. Apenas resultado del infatigable trabajo de Turati por recorrer México y mostrar a las víctimas de la guerra que siempre tienen menos reflectores que "el Chapo" Guzmán o cualquier otro jefe narco. Las busca con esmero, con una paciencia a veces incompatible con el periodismo que exige urgencias. Y, sobre todo, con respeto.
Porque Turati pertenece a un valioso colectivo de periodistas mexicanas que decidieron no ser indiferentes y se han dedicado a cubrir violencias atroces para ejercer ese periodismo muchas veces olvidado, el que de verdad le sirve a la sociedad, el que cuestiona a todo tipo de poderes.
Marcela y otras colegas empatizan con el dolor. No lo usan. Más admirable aún: lo resisten. Porque hay que tener valor y fortaleza para escuchar la desesperación, la angustia, la tristeza, el llanto de esas miles de personas que deambulan por el país buscando a sus desaparecidos, que excavan en las fosas clandestinas en donde muchas veces apenas encuentran restos, cuerpos desmembrados. ¿Qué se hace con tanta pena, con tanto horror? ¿Cómo se curan después de escribir esos artículos envueltos en la desazón? Sólo ellas, su cuerpo, su espíritu, su corazón, lo saben.
A pesar de todo, Turati se da tiempo para sonreír, para bailar, para vivir, para sanar. Las brutalidades vistas, conocidas y reportadas no han logrado socavar la luminosidad de la mirada traviesa de esta periodista errante que, sin importar el lugar del mundo al que vaya, rinde culto a la amistad y que es, también, una permanente compañera de luchas que, a modo de consuelo, lo mismo puede ofrecer un masaje que un mezcal. La alegría y la esperanza como una forma de resistencia.
Por eso no extraña el alud de amor, preocupación y solidaridad que estalló ante la confirmación del espionaje a Turati, Delgadillo y Doretti. Es un golpe más a la lucha por los derechos humanos en un país en duelo permanente. Un ataque a la libertad de prensa y amedrentamiento para todo aquel periodista que quiera buscar la verdad.
Es la prueba, como dijo Turati durante la conferencia de prensa, de que en México es más peligroso investigar un crimen que cometerlo. Ya lo sabíamos, pero nunca nos resignaremos.