El pasado 18 de septiembre México fue sede de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), dos días después de la celebración de independencia de nuestro país. Había mucha expectativa por dicha reunión en la que participaron 31 naciones y donde se especulaba que podía discutirse a profundidad el reemplazo de una obsoleta y decadente Organización de Estados Americanos (OEA), organismo que nació en 1948 para proteger los intereses de los Estados Unidos durante la Guerra Fría en el marco de los acuerdos Bretton Woods, la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y la imposición del dólar como moneda de referencia internacional.
La OEA ha tenido un recorrido de bajas y altas en su historia, aunque son más los valles que las crestas. Uno de los puntos más bajos fue en Punta del Este (Uruguay), en 1962, cuando se decidió la expulsión de Cuba del organismo, siendo México y la propia Cuba las únicas naciones que votaron en contra de dicha resolución. En los últimos años, desde que la dirige Luis Almagro, la OEA ha mostrado ser un organismo con una profunda parcialidad a favor de las derechas latinoamericanas y los intereses regionales de Estados Unidos. Como botón de muestra está el involucramiento de la OEA y Luis Almagro en el golpe de Estado que sufrió Evo Morales en Bolivia que solo pudo ser revertido gracias al abrumador apoyo del pueblo boliviano al Movimiento al Socialismo (MAS) en las siguientes elecciones.
La VI Cumbre de la Celac tuvo momentos de cierta intensidad sobre todo debido a los choques verbales entre los presidentes Miguel Díaz-Canel (Cuba) y Nicolás Maduro (Venezuela) por un lado y, Luis Lacalle Pou (Uruguay) y Mario Abdo Benítez (Paraguay) por el otro. La ausencia de Brasil, debido a que el derechista Jair Bolsonaro decidió su salida el año pasado, y la participación atropellada de Argentina, debido a la cancelación de último momento de Alberto Fernández y la destitución a la mitad del evento del canciller Felipe Solá, también dejaron su impronta en el encuentro internacional.
Pero el mensaje más importante de la Celac vino más allá de Latinoamérica. El presidente de China, Xi Jinping, fue el único invitado ajeno a nuestra zona geográfica a dar un mensaje y esta invitación vino a cargo de México, el país anfitrión, que además cuenta con la presidencia pro tempore de la Celac y al mismo tiempo es vecino e importante socio comercial de los Estados Unidos. Vaya combinación.
Las críticas de la derecha y el conservadurismo mexicanos al presidente López Obrador no se hicieron esperar. Los agoreros del desastre mencionaban que la presencia de los presidentes de Cuba, Venezuela pero sobre todo de China durante la Cumbre podía hacer explotar las relaciones con Estados Unidos. Estas opiniones muestran no solo que a la derecha mexicana le encantaría mantener una relación de vasallaje con Estados Unidos, sino que nos dejan ver su incapacidad de comprender que el mundo está cambiando y que no es el mismo de la Guerra Fría, especialmente después de la pandemia del Covid-19.
Todos los análisis económicos coinciden en que el mundo ha vivido estos dos años la peor recesión económica desde tiempos de la Gran Depresión. El capitalismo como lo conocemos está en crisis y el orden global se está modificando aceleradamente aunque mantiene la dirección prevista con anterioridad. Y esa es que China terminará por ser el actor económico más importante a nivel mundial en las siguientes tres décadas, al menos.
Dos sucesos paralelos a la Cumbre de la Celac confirman lo dicho anteriormente. La primera es que Evergrande Group, hasta hace poco el mayor promotor inmobiliario del mundo, está cerca de la quiebra con más de 300.000 millones de dólares en pasivos. Lo que llama la atención es que, a pesar de lo impresionante de las cifras, los analistas han descartado una crisis financiera mundial como la que ocurrió en 2008 con el colapso de la firma estadounidense Lehman Brothers. Parece ser que el problema se quedará en China no solo porque Evergrande tiene la mayoría de sus deudas ahí, sino a que la economía china es capaz de absorber y manejar esta crisis financiera. De ese tamaño es la economía y capacidad financiera del país asiático por si todavía teníamos alguna duda.
El otro hecho que llamó la atención fue el discurso de Joe Biden ante la Asamblea General de la ONU hace un par de días. Biden fue muy claro al mencionar que Estados Unidos no quiere una nueva Guerra Fría con China o un mundo dividido en bloques rígidos y, aunque defendió una competencia vigorosa con otras potencias, evitó el discurso áspero y de confrontación directa que usaba Donald Trump. Biden se mostró consciente y cauteloso ante la nueva realidad mundial y que ya es evidente a los ojos de todo el mundo, con excepción de ciertos conservadores trasnochados que siguen pensando que vivimos en el mundo que se forjó en tiempos de posguerra, hace ya más de setenta años.
Ni los acuerdos de Bretton Woods ni el mal llamado Consenso de Washington ni el Fondo Monetario Internacional ni el Banco Mundial ni la dolarización de la economía son ya los ejes rectores de la economía mundial ni la voz cantante de los organismos internacionales ni deben serlo de la política exterior en Latinoamérica. La OEA está muerta ya y el enterrador no será la Celac, sino el orden económico mundial que le dio origen y que también ya feneció.
El nuevo orden, al menos en un futuro inmediato, estará basado en el multilateralismo pero en el que China tendrá un papel preponderante junto a Estados Unidos, que también mantendrá un papel protagónico. El unilateralismo no es una opción y la cooperación internacional deberá convertirse en una realidad y dejar de ser puro discurso y buenas intenciones.
López Obrador dio un paso en ese sentido en la Cumbre de la Celac al invitar al resto de los asistentes a construir en el continente americano algo parecido a lo que fue la Comunidad Económica que dio inicio a la actual Unión Europea. Esto es, crear un organismo más equitativo y plural y no solo uno que sirva a los intereses de Estados Unidos. Eso ya no funciona en la realidad.