Los primeros días de Michel Temer en Planalto dejaron mucha tela para cortar sobre lo que será su presidencia, ya sea interina o hasta 2018. En primer lugar, se observó un gabinete 100 % blanco, sin mujeres por primera vez desde la década de los 70 y sin la presencia de movimientos sociales. Esto es aún más revelador, cuando se viene de un Gobierno conducido por una mujer, con amplio apoyo del Movimiento Sin Tierra y otras organizaciones sociales y sindicales, como la CUT, y con funcionarios negros y mulatos en diversas dependencias estatales.
Además, Temer anunció el despido de 4.000 trabajadores estatales, lo que tiene vinculación con su idea de un "Estado menor" a la que hizo referencia durante su frío discurso de juramentación. El nuevo Ministro de Finanzas, Henrique Meirelles, prometió la continuidad de programas sociales para quienes "realmente los necesitan", dando a entender que habrá política social focalizada, un 'leitmotiv' de la derecha latinoamericana, que esconde la ausencia de políticas universales de cara a los sectores más postergados. Como se ve, un gobierno ortodoxo de verdad, con un enfoque económico cercano al promovido por los países de la Alianza del Pacífico, donde no se ha reducido la desigualdad en la última década.
Pero la novedad más importante tiene que ver con la revelación de WikiLeaks en relación a la participación de Temer como informante de las agencias de inteligencia de Estados Unidos. En unos cables datados en 2006, puede leerse que 'el Frank Underwood' brasilero era asiduo de la Embajada norteamericana en Brasilia, que estaba interesada en una ruptura del PMDB con el PT a fin de derrotar a la experiencia lulista. "No tiene objeciones al ALCA", figura en los archivos desclasificados que filtró la organización creada por Julian Assange que, con esta publicación, cumple un destacado rol —una vez más— para mostrar la verdadera cara del presidente interino.
Posiblemente motivado por esta conexión evidente que revelara WikiLeaks, el nuevo canciller brasilero, José Serra (PSDB), se apresuró a denunciar a las cancillerías de Bolivia, Ecuador, Venezuela, Cuba y Nicaragua durante su primer día al frente de Itamaraty. Serra no se quedó allí: además del ALBA, denunció a la Unasur, organización de 12 países en cuyo nacimiento Brasil tuvo un rol destacado, con Lula a la cabeza. Lo hizo con una durísima carta contra Ernesto Samper, su secretario general. Toda esta seguidilla de desmanes diplomáticos provocó el repentino entusiasmo de Alfonso Prat Gay, ministro de Hacienda argentino y ¿ex? empleado de JP Morgan, quien dijo que la situación en Brasil es una "oportunidad para refundar el Mercosur". A juzgar por las declaraciones de la cancillería argentina, en supuesto respeto a las instituciones que fueron precisamente las que promovieron el 'golpe', la visión de Prat Gay es compartida por todo el Gobierno de Macri.
Sólo una resistencia popular de grandes dimensiones podrá desbaratar el intento de restauración conservadora en curso.
El retroceso de Brasil es evidente. Días bastaron para ver un giro brusco, que tiene repercusiones continentales. Un Brasil que comenzó a dejar de mirar a América del Sur y a enfocar su política internacional en Washington y Bruselas, "con o sin el Mercosur". Un Brasil que buscará aislar la experiencia de los gobiernos progresistas y populares que aún siguen en pie en la región, intentando acrecentar la presión internacional sobre la Venezuela bolivariana. Un Brasil donde se buscará desterrar (finalmente) la experiencia del Partido de los Trabajadores en el Gobierno por sus aciertos y no por sus errores. Vienen días y meses convulsionados para el gigante sudamericano. Sólo una resistencia popular de grandes dimensiones podrá desbaratar el intento de restauración conservadora en curso.