La muerte de un aficionado al fútbol reaviva las protestas en Chile: ¿cómo se repiensa el capitalismo?
Chile es un milagro económico devastado por un incendio social, un país quebradizo –por los daños– e inflamable –por los problemas que todavía persisten– al que amenaza la ignición total. Una prueba de ello fue la muerte de un aficionado al fútbol la semana pasada –Jorge Mora, junto al Estadio Monumental–, lo cual provocó que Chile volviera a combustionar como en octubre y noviembre pasados –2019–: dos muertos –uno cerebral–, 46 carabineros lesionados, 6 saqueos, 96 desórdenes y 124 detenidos en una noche con 159 episodios graves y tres gobernaciones dañadas. Chile, de nuevo, en llamas.
Como episodios más graves quedaron la muerte de una persona por el atropello de un autobús robado y la muerte cerebral de un muchacho de 24 años por un impacto de bala mientras se manifestaba. Una bala cuya procedencia en estos momentos es desconocida y que se suma, con sus diferencias, al fenómeno de las "balas locas", el paradigma del descontrol de Chile: disparos realizados al azar en tejidos urbanos que acaban con la vida de personas mientras estas realizan sus quehaceres diarios completamente ajenos a la proximidad de la tragedia.
Hace solo unas semanas, el 20 de enero, una mujer caminaba por la calle con su hija de diez meses en un coche de bebés cuando escuchó un ruido y al coger a su pequeña se percató que sangraba por la espalda. Era el cuarto caso de "bala loca" que se producía en el sur de Santiago en lo que se llevaba de año. Este martes 4 de febrero falleció una mujer de 73 años en las mismas circunstancias y también al sur de la capital, esta vez en San Ramón. Y los antecedentes no son menos preocupantes: el jueves 10 de octubre de 2019, otro bebé, esta vez de nueve meses, recibió un impacto y pereció; el 4 de enero del año pasado, otro bebé falleció, tenía un año y once meses; en diciembre de 2018, una niña de doce años perdió la vida…
El modelo capitalista zozobra
Basta una breve lectura a los medios occidentales para comprobar que el problema persiste. Uno de estos medios, el diario español El País, alarmaba sobre el descenso en las previsiones del PIB realizadas por el Banco Central con respecto al año 2019, y descargaba toda la responsabilidad de ello en la tensión social. Con el título –'La tensión social rebaja a la mitad el crecimiento en Chile durante 2019'– y la primera frase de la noticia –"Las revueltas sociales han lastrado el crecimiento de la economía chilena en 2019"– es suficiente para saber cuál es el enfoque. Después de un comienzo semejante, la noticia relata lo preocupante que resulta que el PIB chileno haya bajado del 2,5% previsto para 2019 al que se supone que será el PIB final, el 1,2%. "El peor resultado en diez años".
El crecimiento lo es todo. Esta es una de las bases del problema. Solo importa crecer y crecer mucho. Crecer más que el año anterior. Como las grandes empresas, siempre mejorar los beneficios. Pero el crecimiento de un país no implica necesariamente la mejora de las condiciones de vida de sus ciudadanos porque más importante que el crecimiento y los beneficios obtenidos por el país es el reparto de los mismos. Y esa variable no está reflejada en el PIB de los países y no será nada sencillo que ello suceda –existen múltiples debates al respecto que encuentran problemas de formas y contenido–.
Por ello, los países capitalistas están creciendo de forma continua, en ocasiones de forma extraordinaria, mientras los niveles de desigualdad y pobreza crecen en la misma o en mayor medida. Esto sucede esencialmente desde la reducción de los aparatos estatales y las coberturas sociales emprendidas por Reagan y Thatcher en los años ochenta e imitadas en mayor o menor medida por el resto del mundo, incluidos los gobiernos socialdemócratas, las cuales solo buscaban maximizar beneficios. Crecer más. El coste de todo aquello, casi medio siglo después, es alarmante.
Debido a que lo importante era y es el crecimiento por encima de todo, no el cambio social y la mejora colectiva, hace solo unos meses se produjo el mundialmente conocido 'el violador eres tú', lo que revela los cimientos morales del milagro chileno, y dentro de escasas semanas, el 26 de abril, los chilenos serán llamados a decidir si quieren seguir con la Constitución de la dictadura. Sí, con la de Pinochet. Porque lo importante era crecer, recuerdan, el PIB, no la forma. Por eso, los diarios occidentales ya pronostican que Chile caerá en el infierno del déficit fiscal por las cesiones sociales y la rebaja del PIB. Terrible.
Repensar el capitalismo
En las últimas semanas, distintas voces autorizadas han propuestos cambios significativos para Chile y, sobre todo, para el modelo capitalista. Por ejemplo, Jeannette von Wolfersdorff, la primera mujer que perteneció al directorio de la Bolsa de Comercio de Santiago, planteó la creación de un fondo millonario de los más adinerados para reducir con ello las desigualdades existentes. Es decir, la redistribución de rentas que debería hacer el estado hecho desde lo particular. Lo público en manos privadas. Lo obligatorio convertido en voluntad. No parece acertada la solución, pero el problema está a la vista de todos: la concentración de capital en cada vez menos manos está provocando unos niveles de desigualdad que comienzan a acercarse peligrosamente a principios del siglo XX e incluso el siglo XIX. Retrocedemos.
José Gabriel Palma, economista chileno y profesor emérito de la Universidad de Cambridge, identificando el mismo problema, plantea la solución opuesta: que el estado vuelva a reconstruirse en educación, sanidad, pensiones e infraestructura aumentando los impuestos a las grandes empresas. Redistribución de la riqueza, pero desde el sector público.
Chile y el mundo: en un laberinto
Sin embargo, ¿cómo puede cambiar el capitalismo en Chile si los mandatos de Ricardo Lagos, Michelle Bachelet o Sebastián Piñera, teóricamente progresistas, no fueron capaces ni siquiera de modificar la constitución de la dictadura o revertir las privatizaciones de Pinochet? Si, incluso, continuaron en esencia con las políticas económicas del dictador.
A día de hoy, no solo en Chile, lo que se presenta como izquierda es en el mejor de los casos un centro-izquierda que en lo esencial nada se diferencia de la derecha, y tan solo en cuestiones estrictamente ideológicas como el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, el medio ambiente o la igualdad de la mujer se pueden encontrar diferencias. Pero no existe una alternativa clara al capitalismo y, no cabe duda, que de plantearse una propuesta esta debe surgir del costado siniestro, pues sujetos como Bolsonaro, Trump o Johnson no están para cambiar el capitalismo, sino para que su presencia lo mejore. Para que lo añoremos o para que nos sometan si nos resistimos a ello.
El capitalismo zozobra, el fascismo disfrazado de excentricidad se expande y la izquierda se encuentra completamente desnortada: antes o después tendremos problemas. No hace falta ser un chamán para augurar el colapso.
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