Terminé la primera parte de esta crónica preguntándome si los parisinos eran conscientes de su propia decadencia. Mi intuición es que no, porque la propaganda no se lo permite.
Vivir en China te sensibiliza al pernicioso rol de la propaganda occidental. Si uno sale de su burbuja de expatriados, tarde o temprano tiene un "despertar" cuando empieza a comparar lo que se dice sobre este país y la realidad. Algunos se quedan callados para no ir contra la corriente pues, tarde o temprano, volverán a Occidente.
Otros, decidimos denunciarla y hasta la convertimos en un tema de investigación y escritura. Así que, con los días, me cuestiono por el origen de mi sorpresa. Lo que observé en París, ya lo sabía.
Vivir en China te sensibiliza al pernicioso rol de la propaganda occidental. Si uno sale de su burbuja de expatriados, tarde o temprano tiene un "despertar" cuando empieza a comparar lo que se dice sobre este país y la realidad. Algunos se quedan callados para no ir contra la corriente pues, tarde o temprano, volverán a Occidente.
Llego a la conclusión de que, hablando en términos "borrellianos", es muy diferente observar un hecho desde la "jungla" que estando dentro del mismo "jardín". La ceguera es mucho más grave y era la primera vez desde mi "despertar" que estuve confrontada a ella.
Un destello de resistencia
Semanas antes de viajar a París se publicó el libro de Emmanuel Todd, 'La derrota de Occidente'. El autor es uno de los pocos intelectuales que sobreviven en la decadencia de la sociedad francesa y por eso aún conserva el privilegio de publicar, así vaya contra la narrativa hegemónica.
Todd, conocido por haber predicho la caída de la Unión Soviética, hace un análisis del proceso de decadencia occidental y su última derrota con el apoyo a Ucrania, nación que describe, en sus propias palabras, como "un país en descomposición" desde antes del inicio de la Operación Militar Especial.
Además, hace una crítica al maniqueísmo occidental, a la ceguera de los dirigentes europeos y al liderazgo que le han otorgado a EE.UU.
Las apariciones en medios de Todd se viralizaron y, a pesar de los intentos de periodistas de interrumpirlo, lograba transmitir sus ideas. Por eso se volvió el primero en ventas en Amazon y yo le pedí a mi familiar que me lo comprara, pues me preocupaba que se acabara antes de mi llegada. No me imaginé lo que iba a encontrar luego.
La omnipresencia de la propaganda antirrusa
Llego a Francia con la promesa de desconectarme de todo, pero las paredes me lo impiden. Casi en cada estación de metro encuentro un afiche promocional gigante de un libro en formato cómic sobre la historia de Jerusalén, pero me resisto a comprarlo.
En cambio, mi debilidad fue el semanario Le Point. En su portada del número 2686, del 8 de febrero, se veía un plano medio corto del presidente Vladímir Putin, con el titular 'Si Putin gana…'. Compré la revista. No vale la pena dedicarle más que esta línea pues era más de lo mismo.
Al final, decidí comprar el mencionado cómic. Fui a la FNAC, una de las tiendas más populares en Francia, y, antes de encontrarlo, me crucé con los mecanismos de propaganda en acción.
Llegué primero a la sección de geopolítica. En los estantes que ofrecen los libros más destacados, me encontré con una serie de títulos que daban la impresión de que Francia estaba siendo atacada por Rusia. Algunos de los más llamativos eran: 'El software imperial ruso', 'Putin contra Francia', '¿Aló, París? Aquí Moscú, inmersión en el corazón de la guerra de la información' y 'La guerra rusa o el precio del imperio. De Iván el terrible a Putin'.
Tampoco podían faltar los libros sobre el presidente ucraniano con títulos propios de películas de Hollywood: 'Vladímir Zelenski. Ucrania en la sangre' o 'Venceremos. Vladímir Zelenski y la guerra en Ucrania'.
En resumen, pura propaganda disfrazada de producción académica o, en otras palabras, información parcial presentada como si fuese imparcial.
No había señal del libro de Todd. Hasta que, al darme media vuelta para seguir buscando los cómics, de casualidad, me encontré con una caja, lejos de las luces, repleta de ejemplares.
Pura propaganda disfrazada de producción académica o, en otras palabras, información parcial presentada como si fuese imparcial.
No sé cuál habrá sido el criterio de los administradores de la tienda para colocar uno de los libros más vendidos en una caja fuera de la vista de los consumidores. El libro era el primero en ventas en Amazon y las presentaciones de su autor se hicieron virales, pero al parecer –nótese el sarcasmo– no lo consideraron lo suficientemente interesante para ser colocado al lado de los títulos que presentan a Putin como un malvado emperador que está a punto de invadirlos.
Por fin, llegué a la sección de cómics y mientras buscaba el libro, me encontré con uno titulado: 'Wagner, la historia secreta de los mercenarios de Putin'. Cuando uno está sensibilizado a la propaganda, se siente verdaderamente invadido. No basta con los libros académicos, también hay que insertarla en el ocio. Cuando encontré el libro que quería, salí lo más rápido posible del sitio.
A los días, en la casa donde me hospedaba, veían la televisión. No sé si era un documental o un reportaje, pero su título era: 'Rusia enferma de su guerra'. Me sentí en un laberinto cuya salida era mi vuelo de regreso a Shanghái.
El bingo de la propaganda
A pesar de la omnipresencia de la propaganda antirrusa, siempre se encuentran espacios para otras.
En la misma FNAC encontré dos libros sobre el 7 de octubre pasado en Palestina ocupada. Leí los títulos de corte sionista y no me atreví a revisarlos por miedo a dañar mi hígado.
La propaganda anti-China no se queda atrás. Por varias estaciones de metro, me encontré con grandes anuncios de la gira de la compañía de danza Shen Yun, conformada por miembros de la secta anti-ciencia Falun Gong, prohibida en China y que logró construir un imperio mediático en EE.UU. Hoy en día es la fuente principal de los bulos más burdos sobre el país donde resido.
Me quedé con la sensación de que la propaganda anti-China es fuerte, pero no está "de moda". Me lo muestran comentarios inocentes como: "¡Cómo que lo del crédito social es mentira si todos hablan de eso!" o un "no me lo hubiese imaginado", cuando comento que los uigures, así como todas las minorías con lengua propia, estudian tanto el mandarín como su idioma nativo en la escuela.
La compañía se presentaba por segundo año consecutivo en diferentes escenarios de Francia. Al indagar sobre la recepción en 2023, me encontré con más comentarios negativos. Obviamente, su intención no era ganar dinero con el espectáculo.
Me quedé con la sensación de que la propaganda anti-China es fuerte, pero no está "de moda". Me lo muestran comentarios inocentes como: "¡Cómo que lo del crédito social es mentira si todos hablan de eso!", o un "no me lo hubiese imaginado", cuando comento que los uigures, así como todas las minorías con lengua propia, estudian tanto el mandarín como su idioma nativo en la escuela.
Sé muy bien de dónde vienen. Tanta falsedad ha sido transformada en verdad sin que nadie pueda discutirla.
Como cereza del pastel, caminando por la calle Rivoli me crucé con partidarios del Consejo Nacional de Resistencia Iraní, un grupo disidente que es considerado el ala política de los Muyahidines del Pueblo de Irán (MEK). En París, hay espacio para todos los disidentes.
En diez días me encontré con propaganda antirrusa, antipalestina, antichina y antiiraní. Me sentía como en un bingo que, en lugar de números, cantaba países que los occidentales creen autoritarios y atrasados. Apuesto que con unos días más, lo completaba con Cuba, Venezuela, Siria y la República Democrática Popular de Corea.
Propaganda y decadencia
En uno de sus videos durante su visita a Rusia, Tucker Carlson dijo que se sentía "radicalizado". Sé que el periodista fue sincero porque nos pasa a muchos que venimos a China. Una vez que sabes que es humanamente posible sacar a 100 millones de personas de la pobreza extrema en ocho años, vuelves a ver el entorno donde naciste y creciste, rodeado de miseria, y te hierve la sangre. Sabes que no hay nada que lo justifique.
París es un cóctel de propaganda y decadencia. En lugar de afrontar la realidad, los parisinos están viviendo en una burbuja donde se les enseña a despreciar a cualquier sociedad que no se les parezca. Creen que la crisis del "jardín" es normal, pero que es mejor que estar en la "jungla". No se dan cuenta de que más que en un "jardín", viven en una "isla".
Por eso, para evitar la radicalización, la propaganda es necesaria. Es más fácil mantener a la población sumisa cuando les haces creer que el resto del mundo es un lugar horrible y peligroso. Pueden molestarse con el sistema y criticarlo, pero no es hasta que salen de su burbuja y ven cómo los han engañado que se radicalizan.
Para eso, no basta con los medios. Hay que infiltrarla en todos los ámbitos de la vida, especialmente en la academia. Son los científicos sociales y de humanidades los que dan el "certificado" de credibilidad.
París es un cóctel de propaganda y decadencia. En lugar de afrontar la realidad, los parisinos están viviendo en una burbuja donde se les enseña a despreciar a cualquier sociedad que no se les parezca. Creen que la crisis del "jardín" es normal, pero que es mejor que estar en la "jungla". No se dan cuenta de que más que en un "jardín", viven en una "isla"
Si bien hay destellos de resistencia, como el libro de Todd, son muy pequeños para pelear contra el sistema que muy fácilmente los apaga. El futuro es sombrío, ya que, salvo una revolución, esa Francia de la que muchos aprendimos tanto, tiene el tiempo contado y parece que no hay forma de que su sociedad reaccione.