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A un año del ataque a los poderes en Brasil: ¿ha muerto el bolsonarismo?

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A un año del ataque a los poderes en Brasil: ¿ha muerto el bolsonarismo?

A un año de haber sido conjurado el golpe de Estado que trató de impedir la toma de posesión del presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, queda pendiente por analizar si esa experiencia antidemocrática  representada por el bolsonarismo está en declive o sí, por el contrario, es una fuerza latente que en cualquier momento puede volver a arropar el panorama político brasileño y latinoamericano.

En ese enero de 2023, Lula se impuso a la intentona y logró generar cohesión en torno a su liderazgo, no solo en Brasil sino en América Latina y el mundo, consiguiendo un rechazó total al intento sedicioso.

Más allá de una evaluación de lo que ha sido la gestión de Lula durante el primer año de su tercer mandato, las fuerzas conservadoras pueden recordarnos aquel cuento breve de Augusto Monterroso: "cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".

Hay varios elementos para pensar que las fuerzas golpistas brasileñas siguen en estado de subyacencia y que en cualquier momento pueden poner nuevamente en peligro la democracia del país más grande de la región.

La fuerza electoral del bolsonarismo

El primer elemento a tomar en cuenta, y según nuestra consideración el más importante, es el resultado electoral que logró el expresidente Jair Bolsonaro (49,1% en la segunda vuelta) en su fallido intento de reelección.

Después de una gestión que pareció desastrosa en plena pandemia, plagada de inconmensurables despropósitos negacionistas, y que culminó con la muerte de casi 700.000 personas, además del agravamiento de la crisis económica y de su manía persecutoria contra el feminismo, las minorías negras y homosexuales, el ahora expresidente consiguió un resultado que parecía imposible, logrando casi la mitad de la votación y partiendo a Brasil en dos porciones, cuantitativamente casi idénticas.

En aquel balotaje, el bolsonarismo demostró que no era una minoría radicalizada, ni una secta ideológica, sino que había convencido a buena parte de la sociedad brasileña.

Los sectores conservadores que negaron el triunfo de Lula se fueron a la calle a enfrentar el triunfo electoral democrático, entrometiéndose en las instituciones del Estado.

Para entonces, Bolsonaro demostró que más allá de ser un líder prefabricado por medios o redes, había conformado un movimiento que logró filtrarse en todo el tejido social, no solo en el conservadurismo histórico y en las clases medias y altas, sino también en los sectores populares. Esto indica que es un movimiento que tiene soporte social a lo largo y ancho del entramado social brasileño y que no es solo un invento de las cúpulas económicas o militares.

Los sectores conservadores que negaron el triunfo de Lula se fueron a la calle a enfrentar el triunfo electoral democrático, entrometiéndose en las instituciones del Estado y provocando una situación de caos institucional muy similar al ocurrido en Washington justo un año antes, a manos del trumpismo, un movimiento muy parecido.

Escenario internacional en riesgo

Y es allí que podríamos hablar del segundo elemento de importancia: el que se incuba a escala internacional.

Si bien el bolsonarismo es un movimiento latente, pero golpeado que parece en descenso, su análoga tendencia, el trumpismo, viene en ascenso y tiene posibilidades reales de tomar nuevamente el poder político en EE.UU. este mismo año, lo que podría significar un reavivamiento del bolsonarismo.

Es decir, la derecha radical brasileña no está sola en el continente y cuanta con aliados con tremenda fuerza. No solo en EE.UU., sino también en la vecina Argentina, donde el nuevo presidente Javier Milei ha mostrado de manera explícita su cercanía con Jair Bolsonaro y sus hijos.

La respuesta de la institucionalidad brasileña

Para contrarrestar este auge del extremismo, la institucionalidad brasileña se ha venido blindando desde la asunción de Lula. Ha venido levantando juicios contra algunos de los actores que provocaron la irrupción en las explanadas, ha encarcelado algunos militantes que llevaron a cabo estas manifestaciones y ha trabajado en permitir la gestión presidencial sin grandes obstáculos, sin nuevos movimientos sediciosos.

Lo más importante es que la justicia brasileña ha inhabilitado a Bolsonaro para participar en elecciones, hasta 2030.

Pero el expresidente no está solo. No solo demostró tener a su favor a casi la mitad del país en 2022, sino que también tiene líderes cercanos dispuestos a reproducir su legado —como el caso de su hijo: Eduardo Bolsonaro—, quienes pueden en cualquier momento retomar el testigo y lanzarse a una aventura electoral que podría culminar de manera exitosa.

Es decir, el bolsonarismo tiene generación de relevo, algo que hasta ahora no parece que tuviera el progresismo brasileño. Todo esto cuando las presidenciales de 2026 se van acercando.

El "ensayo bolsonarista" puede considerarse más bien una experiencia que tiene condiciones sociales, políticas, internacionales y militares para volver a intentar la toma del poder político.

El tercer elemento que habría que considerar para analizar un hipotético ascenso de la derecha radical es el llamado centrao brasileño, como se denomina a las fuerzas centristas o centro derecha, que constantemente han jugado siempre "a ganador", adecuándose y negociando con las fuerzas políticas que logran llegar al poder.

El "gran centro", poderoso institucionalmente, puede convertirse, nuevamente, en un componente que permita, de manera activa o pasiva, de manera abierta o soterrada, la vuelta de un movimiento de derecha radical como lo hizo con el bolsonarismo, otorgándole gobernabilidad en la medida que le corta el desplace  político a la izquierda.

Las fuerzas armadas brasileñas como actor político

Un cuarto elemento a tomar en cuenta es la configuración regresiva, derivada de la larga dictadura militar brasileña, de muchos de los componentes de las fuerzas armadas y policiales brasileñas, quienes fueron cuando menos contumaces, o no tuvieron la suficiente entereza para enfrentar el movimiento sedicioso de 2023.

Además de eso, Bolsonaro, excapitán castrense, jugó a minar la confianza del Ejército incorporando componentes militares en toda la gestión de gobierno, desde la vicepresidencia de Hamilton Mourao, hasta buena parte de su gabinete ejecutivo, con lo cual pudo conseguir la adhesión de buena parte del estamento militar.

Así las cosas, el "ensayo bolsonarista", al parecer caído en declive, puede considerarse más bien una experiencia que tiene condiciones sociales, políticas, internacionales y militares para volver a intentar la toma del poder político. Los actos protocolares para conmemorar un año del golpe podrían no ser suficientes para detener su avance.

En momentos en que la democracia parece estar en vilo en el continente, cualquier cosa podría pasar. Por lo pronto, resta esperar las próximas presidenciales que ocurrirán en 2026 para conocer si el bolsonarismo ha quedado en el pasado o, por el contrario, volverá exitoso a la política.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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