La reciente victoria legislativa que ha tenido el presidente Javier Milei con la aprobación, en la Cámara de Diputados, de la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, permite entender un nuevo panorama político que puede irse asentando en Argentina.
Con una votación holgada de 142 escaños a favor, los diputados aprobaron dar poderes extraordinarios por un año al presidente, para que gobierne por decreto en diversas materias, incluyendo decidir sobre la privatización de las más importantes empresas estatales (como Aerolíneas Argentinas y Ferrocarriles Argentinos) y poder disolver casi todos los organismos públicos, salvo excepciones.
Aunque para su aprobación definitiva deberá ahora pasar por el Senado en los próximos días, el avance es significativo porque el Gobierno logra pasar la página de lo sucedido en febrero, cuando las fuerzas oficiales se contrajeron y recibieron una contundente derrota que obligó al oficialismo a bajar la velocidad de sus movimientos.
Para el propio Milei, su triunfo en la Cámara de Diputados corrobora que puede obtener mejores resultados si baja el ímpetu que tenía a comienzos de su Gobierno y se sienta a negociar con diversos sectores políticos del centro y la derecha, es decir, si no se niega a pasar por los filtros de la política argentina, que le obligaron a suavizar su propuesta de ley.
Después de la derrota de febrero, Milei tuvo que ir reconociendo los poderes fácticos para sentarse a negociar la aprobación de ley. Aunque más matizada ahora, sigue otorgando inmensos poderes al presidente.
El Gobierno logra pasar la página de lo sucedido en febrero, cuando las fuerzas oficiales recibieron una contundente derrota que obligó al oficialismo a bajar la velocidad de sus movimientos.
Si bien dicha ley afectaría intereses de sectores sociales vulnerables, también su aprobación permite entender que hay cierta estabilización en tanto, desde febrero a la fecha, Milei ha logrado reconfigurar el bloque de poder conservador, lo que le permite cohesionar sectores políticos para lograr avances concretos.
El progresismo y la nueva ley
La aprobación de la mencionada ley también viene a decirle muchas cosas a los sectores progresistas, especialmente a los más radicalizados, ya que Milei está logrando cierto equilibrio y fortaleza en el poder político.
Apenas el presidente inició su administración y aceleró el giro hacia la liberalización de la economía, los sectores más radicales de izquierda pensaron que el Gobierno caería pronto y comenzaron a replantear los escenarios del 2001 y 2002, de una total ingobernabilidad en el país. Sin embargo, al pasar las semanas, Milei supo establecer un eje de articulación —y no solamente de mandato unilateral—, sus funcionarios se sentaron con los gobernadores y se entendieron con sectores de la Unión Cívica Radical (UCR, centro), profundizando su alianza con la derecha tradicional.
La actual administración, en medio de una situación económica compleja, comienza a gozar de una consistencia política e institucional.
A diferencia de lo sucedido en campaña, Milei ya es un actor adherido a la derecha institucional de Juntos por el Cambio (JXC), especialmente de las tendencias del expresidente Mauricio Macri y la actual ministra de seguridad, Patricia Bullrich.
Todo esto quiere decir que la actual administración, en medio de una situación económica compleja, comienza a gozar de una consistencia política e institucional, que está surfeando la conflictividad social y que, a pesar de lo radical de la ley y las medidas que pueda tomar, va tomando el pulso a la crisis para que no se vuelva inmanejable. Entonces, no pareciera claro que el mandato de Milei tuviera fecha de caducidad. Incluso se abre otro escenario, más parecido al menemismo de los noventa que a la experiencia de los 2000.
Milei y el menemismo
El menemismo fue el primer gran movimiento neoliberal de América Latina capitaneado por civiles. Pero el menemismo tenía una particularidad: era peronista. Un peronismo de derecha, sobre todo neoliberal, que sabía perpetuarse y ganar las elecciones a pesar del elevado nivel de conflictividad social.
El expresidente Carlos Menem logró ser reelegido y la fuerte conflictividad no horadó su liderazgo político, acumulando una fuerza predominante que gobernó tanto a lo interno del peronismo, como a escala político-nacional.
Menem constituyó, según Milei, el mejor gobierno de Argentina y esta victoria legislativa hace ver que también, como Menem, puede jugar a la política y conseguir estabilidad en medio de medidas de ajuste radical.
La pugnacidad de estos últimos días resulta similar a los tiempos de Menem, cuando fue gravitando, desde los saqueos del 1989, hacia la movilización de sectores más organizados como son los estudiantes y obreros.
La semana pasada se vivió en Buenos Aires una marcha que dio notoriedad a un tipo de oposición más política, menos del cacerolazo espontáneo con las tomas de calles y de plazas, hacia un movimiento mucho más racional, mucho más organizado, soportado en sindicatos y gremios, de sujetos tradicionales como estudiantes y obreros, que hacía muchos años no marchaban juntos.
Esto va dando cuenta de la organicidad de la oposición al Gobierno; sin embargo, no necesariamente —y por eso hay que recordar el menemismo— significa una ventaja electoral. Es decir, la movilización de calle no es necesariamente un indicativo de la debilidad electoral del Gobierno.
Así las cosas, Argentina se prepara para un choque definitivo en la cámara alta, cuyo resultado permitirá comprender si el país austral se aproxima a la estabilización política en medio de la terapia de shock económico o si, más bien, la conflictividad se apoderará de la política argentina.