Las noticias que provienen de Haití son cada vez más preocupantes.
Este lunes se posicionó el nuevo presidente, Leslie Voltaire, en sustitución de Edgard Leblanc que se negó a firmar el decreto de transición del poder. Todo esto, a escasos días de una de las peores masacres ocurridas en las que fueron asesinadas al menos 70 personas en el departamento de Artibonite.
Justo ahora, el premier Garry Conille realiza una visita a Kenia y los Emiratos Arabes Unidos (EAU), buscando apoyo financiero y militar. La estabilización del Consejo Presidencial de Transición (CPT), instrumento que nació de un débil acuerdo entre facciones políticas, una vez el primer ministro anterior Ariel Henry renunció, parece casi un milagro.
El escenario de unas elecciones generales y de la reinstitucionalización del país, aún parece lejano. La Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMAS), que cuenta con el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU, hasta ahora solo ha sido asunto de Kenia, quien ha aportado unos 400 militares para hacer frente al caos violento.
Pero la verdad es que el mundo se olvida de Haití.
La larga sombra del magnicidio
Desde hace varios años, pero especialmente desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse, perpetuado en 2021 por paramilitares colombianos, la situación ha venido empeorando, a pesar que ya era lo suficientemente grave.
El país pasó largos meses sin presidente ni primer ministro. El premier anterior, Ariel Henry, tuvo que renunciar desde el exilio en marzo de este año, después de ser amenazado por las bandas criminales. Hablamos de una institucionalidad al garete en el que decenas de grupos irregulares se fueron apropiando de todo el territorio haitiano, mientras la pobreza, el hambre y los desplazamientos forzosos de la población iban fragmentando la sociedad y generando una situación verdaderamente apocalíptica.
Hablamos de una institucionalidad al garete en el que decenas de grupos irregulares se fueron apropiando de todo el territorio haitiano.
A lo largo de este año, se han visto algunos signos que podrían ser considerados como intentos para la recuperación del orden social.
Después de varios meses en suspenso, en abril se pudo concretar y reunir el CPT y se negoció la figura de un presidente rotativo cada seis meses entre los representantes del Consejo. También se creó una Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad, esto es, una fuerza militar internacional que desde el inicio tuvo el apoyo de Kenia —que trasladó 400 miembros de sus fuerzas militares— y a la que se sumaron efectivos de Jamaica y Belice para tratar de restablecer la paz, en una situación general de violencia desatada.
Cualquier intervención militar extranjera genera razonables dudas y preocupación, sobre todo en Haití, que se ha visto afectado por recurrentes acciones de este tipo en períodos históricos recientes. Sin embargo, la situación luce tan nefasta que se pensaría que una fuerza internacional podría, cuando menos, tratar de controlar puntos neurálgicos del país como puertos, aeropuertos, cárceles, comisarías y carreteras, que habían cedido ante el caos.
Vuelve la crisis política y las masacres masivas
Sin embargo, después de que las fuerzas de Kenia se desplegaron por algunos puntos del país y parecía que estaban logrando controlar algunos territorios de la capital, otros acontecimientos han dado al traste con ese intento de estabilización.
Cualquier intervención militar extranjera genera razonables dudas y preocupación, sobre todo en Haití.
Primero, se generó una división importante en el CPT (compuesto por siete representantes de facciones políticas, más dos de la sociedad civil), debido a que la unidad anticorrupción de Haití develó que dos de esos miembros habían realizado actos de corrupción por el orden de los 770.000 dólares. Dichos miembros aún forman parte del Consejo y su virtual suspensión podría dar al traste con el débil equilibrio que sostiene al mismo, cuya conformación costó largos meses, y está ahora severamente agrietado y cuestionado. No se puede prever qué pasaría si dicha figura se desvanece.
Pero el problema no solo se reduce a los factores políticos y a la corrupción, ya que el 4 de octubre, una de las bandas existentes generó una de las peores masacres que se haya cometido en Haití, en la localidad Port Sonde (departamento de Artibonite) con al menos 70 muertes de civiles que incluyen mujeres y niños y accionando desmanes de todo tipo, como la quema de 45 casas y 34 automóviles, junto a miles de desplazados, en lo que simuló una reprimenda en contra de los civiles.
La banda en cuestión se llama Gran Grif, controla el mencionado departamento desde al menos 2016 y su líder es Lukson Elan. Es probable que la razón para cometer un acto de esta naturaleza se relacione con que el 27 de septiembre pasado, el líder negativo fue incluido por la ONU en su lista de sancionados. Aunque algunos medios internacionales dicen que la banda aplicó una represalia contra los civiles de Port Sonde por no impedir que el Ejército y la Policía repriman a sus miembros.
La masacre impactó en el tema alimentario porque Artibonite es un departamento de importante producción agrícola, lo que ha aumentado la escasez. Este tipo de acontecimientos abre las posibilidades de que una hambruna se asiente en Haití de manera no solo descontrolada, sino prolongada en el tiempo.
La ONU considera que actualmente hay más de cinco millones de haitianos, la mitad de la población total, en situación de "inseguridad alimentaria aguda".
Este tipo de acontecimientos abre las posibilidades de que una hambruna se asiente en Haití de manera no solo descontrolada, sino prolongada en el tiempo.
Con su Ejército y Policía debilitados, sin las fuerzas suficientes para impedir estos actos, con una fuerza internacional de intervención que al principio generó algunas expectativas pero que ahora ha generado más bien ciertas dudas por su poca efectividad y con una situación de catástrofe sanitaria y alimentaria, Haití luce cada vez más extraviada del mapa mundi. Hablamos de una especie de cóctel diabólico perfecto de inestabilidad y sobre todo de fragmentación social, porque son decenas de bandas las que están controlando diferentes territorios mientras la población se ve forzada a huir de manera desesperada cada vez que se abre algún tipo de enfrentamiento violento.
Llama la atención que Haití no se haya convertido en una preocupación internacional por parte de los organismos multilaterales, o al menos en una noticia recurrente de los medios de comunicación internacional. No hay campañas para concientizar lo que allí sucede. En las redes solo salen burlas y fake news sobre los haitianos y sus prácticas religiosas. Varias ONG confiesan que la ayuda internacional es ridícula en relación al grave problema existente. No parece que hubiera la posibilidad real de confrontar estas bandas y no hay una ayuda internacional lo suficientemente relevante.
Solo el pesimismo cunde en Haití, ya son muchos años de hambre, de crisis severa que no ha hecho sino acentuarse. Y no parece que, al menos en el corto plazo, pueda mejorar de alguna manera el panorama.
Apenas queda esperar que los haitianos puedan encontrar la paz, escoger democráticamente un presidente, y luego, cuidarlo de las acechanzas de los poderes internacionales que fraguaron el magnicidio de Moïse y generaron este nivel de caos.
Según la Justicia haitiana, el asesinato del entonces presidente se financió desde la ciudad de Miami por algunas empresas de seguridad y fue ejecutado por exmiembros del Ejército colombiano y paramilitares provenientes de ese país.