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América Latina en 2025: el año en que el péndulo giró hacia la derecha

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América Latina en 2025: el año en que el péndulo giró hacia la derecha

El año 2025 generó un vertiginoso vuelco ideopolítico en Latinoamérica.

El temprano ascenso del presidente de EE.UU., Donald Trump, en enero de este año, modificó la forma y el espíritu de la política en el continente. Hubo un cambio radical de enfoque que se evidenció semana tras semana. Si quisiéramos poner titulares que resuman el año político, podríamos poner dos: "el año en que la derecha radical salió de la botella" y "el año en que la izquierda perdió las perspectivas".

Y es que lo que le sucedió a la izquierda no fueron solo "descalabros parciales", sino que fueron arrolladoras derrotas en las que, básicamente, se notó que ha perdido su poder de comprender la realidad latinoamericana y de entender la problemática actual del electorado.

Es decir, la izquierda en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Honduras, en Chile, y en cada uno de los lugares donde hubo comicios, no perdió por estrechos márgenes o por algunos errores técnicos internos a las gestiones progresistas, sino que básicamente perdió su conexión con las mayorías populares, y a partir de allí quedó en una deriva de la que no va a salir fácilmente, mucho menos si persiste en sus políticas actuales. A pesar de que aún mantiene ejes de poder como México, Brasil y Colombia; y en las últimas dos naciones habrá presidenciales en 2026.

En ocasiones anteriores, la izquierda perdía porque parte de su electorado prefería abstenerse y las clases medias terminaban decidiendo. En este caso, a mediados de la tercera década del siglo, ha sido porque las clases populares, que antes acompañaban más o menos fieles al progresismo, hoy han preferido a las derechas; y no a unas moderadas, clásicas o tradicionales, sino unas radicales.

Las claves para enfrentar la avanzada derechista

A las derechas les está ocurriendo todo lo contrario. Rápidamente entendieron el giro y las nuevas realidades latinoamericanas, ágilmente supieron ofrecer respuestas, se plantaron duro con un discurso tajante, abandonaron sin pena el centro político y más bien conquistaron el electorado más díscolo. Rediseñando la comunicación con estos sectores supo producir nuevos liderazgos y deslastrarse de los viejos partidos que paraban su despegue. Seguramente no todo se debe a la intervención de Trump en los procesos electorales, aunque buena parte sí. Ciertamente, el presidente de EE.UU. está haciendo una apuesta dura con América y como contrapeso encontró unos discursos izquierdistas cansados.

El actual ciclo derechista no es uno más, ya que procede de un giro pendular mucho más pronunciado.

Hipotéticamente, este giro podría ser parte de un movimiento pendular que podría durar mucho o poco, según el replanteamiento de fuerzas políticas en el nuevo momento. Esto es algo que ya ha ocurrido en períodos anteriores como a finales de la década pasada, cuando Trump fue presidente por primera vez y la región se llenó de gobiernos derechistas, aquellos del Grupo de Lima, que prontamente fueron derrotados y el continente volvió a girar rápidamente hacia la izquierda.

Pero el actual ciclo derechista no es uno más, ya que procede de un giro pendular mucho más pronunciado. El Trump que ha vuelto es uno mucho más extremista pero con un enfoque mucho más claro de lo que quiere hacer con EE.UU., y además cuenta, a partir de diciembre, con una estrategia de seguridad nacional (ESN) que le da un respaldo conceptual a lo que ya está haciendo: dejar de ser "policía del mundo" para convertirse en "capataz de América".

Las derechas han entendido muy bien este envite y se han sentido libres para redoblar su apuesta y así fue que arrasaron en todos los territorios que estaban en disputa.

Si vamos a Chile, vemos que esa izquierda radicalizada de los de los estallidos del 2019 y 2021, por ahora no tiene lugar, ni capacidad de respuesta ante lo que se les viene: un pinochetismo legitimado electoralmente.

Vemos que allí la ultraderecha pudo ganar, apoyada por la centroderecha, pero básicamente con un perfil propio, sin "pedir permiso", sin disculparse por ser "fascista" o "pinochetista": no quiso engañar a nadie, fue transparente y sincera y así fue como sacó 17 puntos de ventaja a la candidata izquierdista, Jeannette Jara. Algo muy similar sucedió en Argentina, donde el peronismo, lejos de fortalecerse por el "plan de ajuste", como le ocurrió durante el gobierno del expresidente Mauricio Macri (2015-2019), terminó perdiendo por 7 puntos en las elecciones de medio término de octubre y con un presidente Javier Milei no solo fortalecido políticamente sino en el primer puesto de su reelección. Lo vimos también en abril en Ecuador, donde el correísmo no solo perdió su presidencial por tercera vez en fila, sino con una diferencia de votos de 11 % que nunca había experimentado, aunque el triunfo del 'No' en la consulta de noviembre fue el único portazo que ha recibido el trumpismo en la región. En Honduras, el partido oficialista de izquierda Libre, sacó apenas el 19 % de los votos en las presidenciales de noviembre, quedando muy lejos de los dos primeros lugares. Y quizá, el peor ensayo lo sufrió la izquierda boliviana, dividida y tan debilitada que no pudo llegar ni a la segunda vuelta, disolviendo su fuerza parlamentaria, dando fin a veinte años de hegemonía.

Retos para la izquierda

En este contexto de lo que sucedió en la arena política latinoamericana en 2025, lo peor para la izquierda no es su debilidad electoral sino su extravío.

Justo cuando la derecha internacional y Washington emprenden su mayor ofensiva, cuando concentran inusitadas fuerzas militares a lo largo del continente y especialmente en el Caribe, el liderazgo izquierdista se aprecia desorganizado, dividido y desgastado ante las mayorías sociales.

El relato progresista ha perdido efectividad y se le escapan los grandes problemas que la gente está sintiendo y de los que exige respuesta. Aún muy atados al discurso ideológico, van a tener que enfrentar una nueva doctrina Monroe postideológica, ya filtrada por el corolario Trump, en el que ni "la democracia" ni "la lucha contra el comunismo" son las banderas discursivas.

Por lo tanto, pueden pasar dos cosas en el próximo lustro: o se deterioran rápidamente las derechas en el poder, incluyendo la de Washington, y la socialdemocracia de izquierda espera nuevamente su turno, sin mayores aspavientos, o se plantea un "largo invierno conservador" en el que la izquierda va a tener que buscar nuevas claves de interpretación en la realidad latinoamericana actual que, al menos por ahora, pide más seguridad que redistribución y más resolver los problemas cotidianos que "cambiar el mundo".

Las principales claves se ubican en reconocer la situación, analizar las modificaciones de un adversario que ha sabido mutar y, muy especialmente, regresar al "mundo de lo popular" de donde está siendo expulsada.

2026 será definitorio para saber si este giro se va a acentuar, o si por el contrario, puede pausarse temprano, antes que se ponga en riesgo la propia existencia de los pueblos latinoamericanos. 

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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