Vivir y morir entre maras: Cómo las pandillas dominan a la sociedad en El Salvador
A veces no tienen más opciones. Nacer y encontrar un entorno hostil que tarde o temprano, les afecta y hace pensar que no hay otras maneras de hacer las cosas. Tienen una especie de 'marca' de nacimiento, que irremediablemente, tendrá impacto en su futuro.
Es la realidad de muchos jóvenes en El Salvador, un país conocido por un fenómeno social que cada vez más se apodera de muchas vidas inocentes, tanto por su efecto destructivo como por sus consecuencias en cuanto a la inseguridad: las maras. En ocasiones, estas son las que dictan las reglas en los sectores populares y toman el control de todo, hasta de la vida de sus habitantes.
'El Comercio' de Perú, indagó acerca de la realidad de permanecer cerca de este problema social, que no solo afecta a El Salvador, sino que se ha trasladado, con sus códigos, significado y delitos, a otros países vecinos.
En específico, el gran problema de las maras es su despliegue hacia grandes y consolidadas zonas populares, tomando el control de su territorio, de sus habitantes e implantando sus reglas.
Barrios azotados por la pobreza, la falta de servicios básicos y pocas posibilidades laborales, son una especie de 'caldo de cultivo' para la proliferación e influencia de estos grupos delictivos. En muchos casos, sus actividades criminales son el sustento de muchas familias.
Marcados para el delito
En El Salvador, un país con un poco más de 6 millones de habitantes, con severos números de una pobreza crónica y altos índices de delincuencia, los niños tienen muchas posibilidades de llegar a convertirse en pandilleros de las maras.
Aunque se piense que este planteamiento es exagerado, los hechos hablan por sí solos. Según el trabajo de 'El Comercio', existen cerca de 60.000 miembros activos de las bandas de pandilleros en El Salvador, repartidos entre las dos agrupaciones principales y por ende, las maras más violentas: MS13 y Barrio 18.
Para estos grupos es importante 'reclutar' a potenciales pandilleros desde pequeños. A los 10 años los menores son captados por los maleantes para trabajar como 'postes', es decir, centinelas en las entradas de los barrios para alertar sobre la presencia de intrusos en la zona. A los 15 son tomados en cuenta para la 'iniciación' y allí eligen un camino que para algunos, es de no retorno.
"Es la vida que verán cuando crezcan", indica a 'El Comercio' Jorge García, doctor de un hospital público de San Salvador, adonde acuden muchas personas relacionadas con las maras, tanto víctimas como los propios victimarios.
De hecho, para algunos la expectativa de vida de un joven que vive en el entorno de influencia de uno de estos grupos no sobrepasa los 18 años.
Thomas Ramirez Salas