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Profesiones olvidadas: Cómo se escupía por dinero en Rusia

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Recoger sanguijuelas, llorar por encargo o escupir con precisión son algunas de las profesiones que triunfaban en la antigua Rusia.

Con el paso de tiempo aumenta la demanda de ciertas profesiones, mientras que otras pierden su prestigio y algunas caen en el olvido. El portal Moya Planeta ha seleccionado los empleos menos habituales que había en Rusia y ya no existen.

Escupidores de nabo

La destreza a la hora de escupir podía proveer una vida desahogada. La idea principal era expulsar por la boca semillas de nabo a una distancia y con una fuerza determinadas.

Esa verdura de raíz era un producto básico de la cocina rusa hasta el siglo XIX, cuando tuvo que rivalizar con la patata. En su momento, una mala cosecha de nabo podría resultar un desastre, con lo cual los rusos prestaban mucha atención a su siembra.

Como las semillas de nabo tienen un tamaño diminuto —en un kilogramo puede haber hasta un millón de semillas—, si se esparcían con las manos no se podían sembrar de manera regular.

Se desconoce quién estableció la práctica de escupir para plantar, pero quienes eran más diestros en esa maniobra estaban muy bien valorados.

Cazadores de sanguijuelas

Antes existía una alta demanda de sanguijuelas debido a su aplicación médica. Los cazadores de estos anélidos empezaban su jornada laboral apaleando la superficie de un pantano para simular la entrada de ganado en el agua. También las atraían 'a cebo vivo': poco después de entrar en el agua, sus piernas se cubrían de esos animales, que guardaban en vasos llenos de tierra y dejaban en lugares a la sombra.

Estos especialitas eran selectivos y devolvían al agua los ejemplares demasiado pequeños o grandes. También tenían prohibido capturar sanguijuelas durante sus periodos de reproducción: mayo, junio y julio.

El Imperio ruso llegó a exportar a Europa hasta 120 millones de sanguijuelas anuales, con las que ingresaba una ganancia equiparable a la cantidad que obtenía con las exportaciones de trigo.

Fabricantes de colas

El novelista francés Alejandro Dumas visitó Rusia en 1859 y relató que ese invierno varios lobos atacaron tanto a cabezas de ganado como a personas. Con la intención de combatir esa situación, las autoridades ofrecieron una recompensa de cinco rublos por cada cola de esos mamíferos salvajes.

Ante esta iniciativa oficial, el pueblo se entusiasmó y presentó 100.000 colas, por las cuales recibió medio millón de rublos. Sin embargo, unas pesquisas determinaron que su origen era una factoría de Moscú, que por cada piel original "fabricaba de 15 a 20 colas".

Una historia semejante tuvo lugar en la provincia de Vólogda —unos 450 km al norte de Moscú— una veintena de años antes. Tras acabar con casi todos los lobos de la región, sus habitantes fabricaron colas de cáñamo con tan buen hacer que parecían naturales. Como el propio gobernador se benefició de ese negocio, los residentes del lugar no tuvieron problemas con la ley... hasta que su líder se jubiló.

Plañideras

Las plañideras son las mujeres que reciben dinero por ir a llorar a los funerales de las personas, una profesión que ya existía en el antiguo Egipto, Grecia y Roma.

En Rusia, no solo acudían a los funerales —donde podían expresar su supuesto dolor durante horas—, sino también a las bodas, puesto que la novia solía llorar cuando abandonaba su casa familiar, una labor a la que también contribuían.

La verdadera llorona combinaba ese talento con sus artes literarias. Así, el escritor Máximo Gorki aseguró una plañidera rusa produjo más de 30.000 versos.

Traperos

Esta profesión perduró hasta mediados del siglo XX. Los traperos recorrían las calles gritando "¡Tomamos ropas viejas, trapos!" y, a cambio, entregaban dulces, juguetes u otros objetos. Porteriormente, vendían su producto en los mercados de las ciudades principales.

El nivel más bajo en la jerarquía de estos recogedores lo ocupaban los 'gancheros'. Su herramienta principal era un palo que terminaba en un gancho, con el que rebuscaban trapos, calzado, papel y otros restos en los basureros. Esa actividad les rendía medio rublo al día, que equivalía al valor de alrededor de 16 kilogramos de harina de centeno.

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