Opinión
Estados Unidos - Rusia: La guerra nunca terminó
El arribo a Rusia del exanalista de la CIA Edward Snowden sumó otra nueva instancia de discordia entre Estados Unidos y Rusia, puesto que las autoridades de este último país han informado que Snowden, acusado por Estados Unidos de revelar datos oficiales sensibles, no sería deportado a su país de origen mientras permaneciera en Rusia. El hecho, que sigue a la reciente expulsión de Rusia del funcionario estadounidense Ryan Fugle, acusado de realizar actos de espionaje, precipitó un torrente de notas y análisis de expertos y diletantes sobre la erosión de las relaciones ruso-estadounidenses y el "regreso a una nueva confrontación".
Una mirada menos centrada en los eventos y más atenta a los procesos en las relaciones entre los dos países nos proporcionaría un contexto de continuidad que obedece a una lógica de poder que signó las relaciones entre estos dos singulares actores desde la desaparición de la Unión Soviética, en 1991.
Entonces, el (último) Gorbachov y el presidente ruso, Borís Yeltsin, creyeron haberse unido al bando vencedor de la Guerra Fría: según ellos, sobre todo Yeltsin y su joven canciller, Andréi Kozyrev, Estados Unidos "y Rusia" habían ganado la confrontación porque ambos habían derrotado al comunismo, que había sido una elección muy dañina para los rusos (de allí que la experta francesa Héléne Carrere D’Encausse aludiera a la "Rusia victoriosa").
Pero desde la visión estadounidense, no solamente hubo un único ganador, sino que el fin de la Unión Soviética no implicó dejar de considerar a su "Estado continuador", la Federación de Rusia, como un eventual desafío a su singular estado de supremacía.
Ello explica que Estados Unidos, bajo la pátina de una política de cooperación, confianza e incluso de "asociación estratégica" con Rusia, haya impulsado iniciativas relacionadas con maximizar su poder e impedir la recuperación del de Rusia, por caso, alentando la adopción sin cortapisas de la economía de mercado (en un país carente de tradición en la materia); ampliando la OTAN al este de Europa (sin respetar pactos implícitos que comprometían a Occidente a no hacerlo y sobre los que se habría establecido el fin del conflicto); logrando acuerdos en materia de armas estratégicas y convencionales que desfavorecían a Rusia, etc.
Hasta mediados de los años noventa Rusia no solamente creyó que la cooperación era efectiva, sino que, por vez primera en su historia, desestimó la defensa y promoción de sus intereses nacionales en pos de un orden interestatal basado en la defensa de "valores universales". Pero pronto fue comprendiendo la advertencia de Bismarck, respecto a que "una política exterior sentimental jamás reconoce reciprocidad".
Durante la segunda mitad de aquella década, Rusia asumió una conducta externa proactiva; sin embargo, su profundo grado de debilidad interna solamente le permitió un ejercicio retórico frente a políticas de maximización de poder por parte de Estados Unidos, por caso, en Kosovo, cuando la OTAN intervino sin autorización de la ONU; en países del "extranjero cercano" de Rusia, alentando fuerzas políticas refractarias a Moscú y deseosas de cobertura estratégica occidental; dando impulso a una nueva ampliación de la OTAN , etc.
Durante la década pasada, la percepción de Rusia respecto de las verdaderas intenciones de Estados Unidos para con ella se despejaron, al punto que en ocasión de la celebración del 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial el presidente Putin, sin ambages, sentenció que "La desaparición de la Unión Soviética había sido una catástrofe geopolítica, puesto que no solamente se había perdido la Guerra Fría, sino que Rusia, su heredera, podía perder lo que se había ganado en la Gran Guerra Patria" (es decir, poder, reconocimiento y capacidad de deferencia). Sin duda fue la expresión más contundente y sintetizadora en relación con aquella percepción nacional.
Más recientemente, la política externa rusa se tornó más activa, alcanzando en Georgia y en Siria su mayor afirmación ante las políticas de poder estadounidenses.
En breve, la Guerra Fría nunca terminó. Nunca existió un tratado que pusiera fin a la misma. Por ello, el experto Serguéi Karagánov ha dicho: "La confrontación permanece inacabada. Pese a que el enfrentamiento militar e ideológico de aquellos tiempos ha quedado muy atrás, se lo está sustituyendo por un nuevo punto muerto: entre Rusia, por un lado, y, por otro, Estados Unidos y algunos 'nuevos europeos'. Europa, Rusia y Estados Unidos deben poner fin a la 'guerra inacabada'. Después, tal vez en 2019, año en que se cumplirá el centésimo aniversario del Tratado de Versalles, podremos despedirnos del siglo XX".
Una mirada menos centrada en los eventos y más atenta a los procesos en las relaciones entre los dos países nos proporcionaría un contexto de continuidad que obedece a una lógica de poder que signó las relaciones entre estos dos singulares actores desde la desaparición de la Unión Soviética, en 1991.
Entonces, el (último) Gorbachov y el presidente ruso, Borís Yeltsin, creyeron haberse unido al bando vencedor de la Guerra Fría: según ellos, sobre todo Yeltsin y su joven canciller, Andréi Kozyrev, Estados Unidos "y Rusia" habían ganado la confrontación porque ambos habían derrotado al comunismo, que había sido una elección muy dañina para los rusos (de allí que la experta francesa Héléne Carrere D’Encausse aludiera a la "Rusia victoriosa").
Pero desde la visión estadounidense, no solamente hubo un único ganador, sino que el fin de la Unión Soviética no implicó dejar de considerar a su "Estado continuador", la Federación de Rusia, como un eventual desafío a su singular estado de supremacía.
Ello explica que Estados Unidos, bajo la pátina de una política de cooperación, confianza e incluso de "asociación estratégica" con Rusia, haya impulsado iniciativas relacionadas con maximizar su poder e impedir la recuperación del de Rusia, por caso, alentando la adopción sin cortapisas de la economía de mercado (en un país carente de tradición en la materia); ampliando la OTAN al este de Europa (sin respetar pactos implícitos que comprometían a Occidente a no hacerlo y sobre los que se habría establecido el fin del conflicto); logrando acuerdos en materia de armas estratégicas y convencionales que desfavorecían a Rusia, etc.
Hasta mediados de los años noventa Rusia no solamente creyó que la cooperación era efectiva, sino que, por vez primera en su historia, desestimó la defensa y promoción de sus intereses nacionales en pos de un orden interestatal basado en la defensa de "valores universales". Pero pronto fue comprendiendo la advertencia de Bismarck, respecto a que "una política exterior sentimental jamás reconoce reciprocidad".
Durante la segunda mitad de aquella década, Rusia asumió una conducta externa proactiva; sin embargo, su profundo grado de debilidad interna solamente le permitió un ejercicio retórico frente a políticas de maximización de poder por parte de Estados Unidos, por caso, en Kosovo, cuando la OTAN intervino sin autorización de la ONU; en países del "extranjero cercano" de Rusia, alentando fuerzas políticas refractarias a Moscú y deseosas de cobertura estratégica occidental; dando impulso a una nueva ampliación de la OTAN , etc.
Durante la década pasada, la percepción de Rusia respecto de las verdaderas intenciones de Estados Unidos para con ella se despejaron, al punto que en ocasión de la celebración del 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial el presidente Putin, sin ambages, sentenció que "La desaparición de la Unión Soviética había sido una catástrofe geopolítica, puesto que no solamente se había perdido la Guerra Fría, sino que Rusia, su heredera, podía perder lo que se había ganado en la Gran Guerra Patria" (es decir, poder, reconocimiento y capacidad de deferencia). Sin duda fue la expresión más contundente y sintetizadora en relación con aquella percepción nacional.
Más recientemente, la política externa rusa se tornó más activa, alcanzando en Georgia y en Siria su mayor afirmación ante las políticas de poder estadounidenses.
En breve, la Guerra Fría nunca terminó. Nunca existió un tratado que pusiera fin a la misma. Por ello, el experto Serguéi Karagánov ha dicho: "La confrontación permanece inacabada. Pese a que el enfrentamiento militar e ideológico de aquellos tiempos ha quedado muy atrás, se lo está sustituyendo por un nuevo punto muerto: entre Rusia, por un lado, y, por otro, Estados Unidos y algunos 'nuevos europeos'. Europa, Rusia y Estados Unidos deben poner fin a la 'guerra inacabada'. Después, tal vez en 2019, año en que se cumplirá el centésimo aniversario del Tratado de Versalles, podremos despedirnos del siglo XX".
Una mirada desde el poder para analizar el equilibrio global. www.equilibriumglobal.com
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
comentarios