Estamos en la era de la inmediatez y necesitamos de forma apresurada encontrar la etiqueta ideal que caracterice a cualquier personaje emergente. Ahora es el turno de Donald Trump. Rápidamente se le ha tildado como el nuevo exponente del viejo proteccionismo. Su frase "América primero" y sus primeras decisiones (la retirada del Acuerdo de Asociación Transpacífico y las amenazas contra las empresas estadounidenses que produzcan afuera del país) han servido para encorsetar el proyecto Trump bajo esa categoría económica. Por lo que se lee y escribe en los grandes medios, pareciera que con Trump pronto llegará el fin de la globalización. Todo el mundo alerta, incluido el FMI, que estamos frente a un clivaje geoeconómico. Todo parece indicar que Trump, más conocido como 'El Proteccionista', levantará muros por todas partes, físicos y económicos, que harán que volvamos a otra época en la que se terminará la libertad comercial.
Ahora que todos hablan de Trump como proteccionista, parece que hemos olvidado que Obama y la propia Unión Europea llevan años con políticas fuertemente defensoras de sus grandes transnacionales y de su mercado interno. La cláusula 'Buy American' o el salvataje de ciertos bancos y otras grandes empresas fueron practicados precisamente durante la Administración anterior. Por su parte, en territorio europeo son miles los ejemplos de grandes muros, físicos contra la migración y económicos en clave comercial y de propiedad intelectual. Es por ello que debemos analizar a Trump en un orden económico hegemónico que presume de liberal, pero que es fuertemente proteccionista.
La urgencia en saber quién es este presidente atípico nos juega una mala pasada pero, hasta el momento, lo único previsible con Trump es que todo es imprevisible en sus decisiones. Y es precisamente este comportamiento incierto lo que nos incomoda. Ante tal miedo geopolítico, entonces, es cuando se busca rápidamente ubicarlo en alguna doctrina del pasado. Es por ello que se insiste constantemente en la idea de que Trump viene a dar un giro radical a las relaciones económicas internacionales invocando las reglas del viejo proteccionismo.
¿Qué hay de verdad en todo ello? Realmente, nada. Para empezar, Trump amenazó a las grandes empresas de la industria automotriz con cobro de impuestos. Pero debemos recordar que estas empresas son las mismas que fueron aliadas del expresidente Obama. Es decir, más que proteccionismo, esta decisión parece responder a principios de economía política. El verdadero objetivo de esta intimidación es poner contra las cuerdas al gran capital aliado a los demócratas. ¿O es que Trump ha amenazado a sus propias empresas, aquellas que también hacen 'business' muy lejos del territorio estadounidense?
En su relación con China, veremos verdaderamente si Trump es proteccionista o no. Hasta el momento, mucho ruido y pocas nueces. ¿Se atreverá Trump a implementar medidas proteccionistas sabiendo que China conserva más de un billón de dólares en concepto de deuda de los Estados Unidos? Imagino que no.
Por otro lado, en el plano financiero, cabe destacar que el presidente Trump ha derogado el 'Dodd-Frank Act' que fuera usado por Obama para regular el sistema financiero, tras el desastre global que ocasionó. Luego de esta medida, difícilmente podríamos encasillar a Trump en el bando proteccionista. Seguramente, con manual en mano, algunos dirían que se trata justamente de una medida fuertemente anclada en la doctrina del liberalismo económico.
En conclusión, podríamos afirmar que es un poco pronto para catalogar a Trump en una u otra corriente. Pareciera que es proteccionista para unas cosas y liberal para otras. O más bien, todo lo contrario: no es ni lo uno ni lo otro. Realmente, Trump parece obedecer más a un híbrido que, por el momento, tiene un desenlace desconocido. Absolutamente ecléctico para casi todo, pero con un objetivo como centro de gravedad: "mis amigos y yo, primero; y luego, América".