La cumbre entre la Unión Europea (UE) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) se debe comprender dentro del proceso de transición entre modelos opuestos de relaciones internacionales en el que nos encontramos. Una vez más, se reflejan las contradicciones entre un mundo que está muriendo y un mundo en construcción. Cualquier análisis simple solo nos llevará al desconcierto.
La relación de América Latina y el Caribe con Europa es compleja. En primer lugar, por el proceso de colonización europea de esos territorios; en segundo lugar, por el fenómeno del neocolonialismo posterior, una vez que los países latinoamericanos eran formalmente independientes.
Agustín Cueva, en su libro 'El desarrollo del capitalismo en América Latina', señala que cuando el sistema capitalista alcanza su estadio imperialista en el último tercio del siglo XIX, lo hace sobre una base económica y social previa, en estrecha conexión con el desarrollo del capitalismo en Europa y EE.UU. en su fase protoimperialista.
Esta relación económica de dominación se ha reflejado históricamente como dominación política y, por tanto, de pérdida de soberanía para los países latinoamericanos.
La colonización de América coincide con el proceso de acumulación originaria en Europa, que implica la acumulación sin precedentes en uno de los polos y un reverso de "desacumulación originaria". Esta sería la base, según varios autores vinculados con las teorías de la dependencia, de una "estructura hacia el subdesarrollo". Este "pecado original" de las relaciones entre Europa y los países de América Latina y el Caribe, lejos de haber sido subsanado, se ha ido reproduciendo con nuevos disfraces hasta la actualidad.
A principios del siglo XX, el economista alemán, Gerhart von Schulze-Gävernitz, señalaba que países como Argentina eran de facto una colonia comercial británica. Sin embargo, no fueron solamente los británicos, y anteriormente los españoles y los portugueses, los que participaron en el expolio de América, también franceses, belgas o alemanes participaron de forma activa de este proceso. Esta relación económica de dominación se ha reflejado históricamente como dominación política y, por tanto, de pérdida de soberanía para los países latinoamericanos.
Durante la Primera Guerra Mundial, EE.UU. aprovechó las contradicciones de los vínculos de las naciones latinoamericanas, sobre todo en Sudamérica, para obtener el control sobre estos países; una pista de aterrizaje que permitió al país norteamericano aprovechar el segundo conflicto bélico mundial para someter a sus principales adversarios, las otras potencias imperialistas, de Europa occidental y Japón.
EE.UU. ante las revoluciones en América Latina
Tras la Segunda Guerra Mundial en América Latina y el Caribe se van a producir distintos procesos y revoluciones que van a tratar de dar la vuelta a esta situación, y aunque algunos de estos procesos revolucionarios van a conseguir mantenerse, como la Revolución cubana, cada uno de estos hitos de la lucha por la emancipación real de estos pueblos va a contar con una ofensiva internacional, sobre todo estadounidense, para ser derrocados. Es este escenario el que comprende a dos fenómenos: por un lado, las dictaduras impuestas en los países del Cono Sur tras la conocida Operación Cóndor; y, por otra parte, la nueva forma que adquiere la dominación a través de la implementación de lo que se conoce como el modelo neoliberal. En muchos casos, como el chileno, esta región sirve de laboratorio para la implementación de dicho modelo a nivel planetario.
Cada uno de estos hitos de la lucha por la emancipación real de estos pueblos va a contar con una ofensiva internacional, sobre todo estadounidense, para ser derrocados.
Con la llegada del neoliberalismo, impuesto como he dicho a sangre y fuego en muchos casos, se produce una segunda conquista y colonización de América, por parte de EE.UU., pero también de las grandes corporaciones europeas. En el caso de España, podemos destacar la expansión de multinacionales como Repsol, Gas Natural Fenosa, Telefónica o el Grupo Santander.
Sin embargo, en las últimas décadas se produce un colapso generalizado del modelo implementado en estos países, dando paso a lo que se conoce como los gobiernos progresistas o populares en Latinoamérica. El segundo proceso de independencia, iniciado ya, aunque aún pendiente de flujos y reflujos y del manejo de fuertes contradicciones, obliga a cuestionar no solo la situación actual sino este devenir histórico para subsanar, más allá de problemas coyunturales, unas relaciones internacionales históricas basadas en el enriquecimiento de un polo (EE.UU., Europa) a costa del expolio del resto, incluidos los países latinoamericanos.
Acuerdos en la Cumbre UE-Celac
La Unión Europea, hoy convertida en un imperialismo de segunda categoría subordinado a intereses estadounidenses, llegó a la cumbre con la Celac con un solo objetivo político: usar la actual fase del conflicto en Ucrania con la finalidad de recomponer el control perdido sobre regiones enteras que se han salido de su órbita.
Lo cierto es que, por mucho empeño que ponen en la cuestión, para la mayor parte del mundo el conflicto en Ucrania es regional. Y, además, el mundo de hoy, no tiene las características del mundo que presenció las dos guerras mundiales.
La UE quería una condena explícita a Rusia que no ha conseguido.
Lejos queda cuando en 1917 EE.UU. declaraba la guerra a Alemania y Cuba lo replicaba en unos días. Los países latinoamericanos hoy no están ni internamente ni a nivel internacional en la misma posición de debilidad que tenían entonces. El caso más claro ha sido el de Nicaragua, que se ha negado a firmar la Declaración Final de la cumbre UE-Celac precisamente por la inclusión del punto sobre el conflicto en Ucrania.
Sin embargo, debemos añadir dos elementos: en primer lugar, la UE quería una condena explícita a Rusia que no ha conseguido. En segundo lugar, la apuesta del texto, por una resolución de paz y una negociación, no es la posición de la UE, que sigue sangrándose a sí misma con el único fin de alargar el conflicto, sino la posición mayoritaria en el mundo que es la de apoyar —en este y otros escenarios— la vía de la negociación de paz.
La posición de Nicaragua es clara: nadie debe forzar a los países a participar en las guerras de otros. Pero lo cierto es que esta declaración tampoco satisface el interés que tenía la UE de doblegar la política internacional de los países soberanos de Latinoamérica. Podrán culpar a la tierra de Sandino —como ya están haciendo en los medios de comunicación europeos—, sin embargo, la actitud del país centroamericano está en consonancia con un cambio más profundo. Ahora los países del mundo van a profundizar su autonomía en la esfera de las relaciones internacionales.
Sin embargo, el camino hacia la soberanía de los pueblos es largo. Podríamos hacer mención, de nuevo, a Gabriel Boric, que se ha destacado como referente de ese viejo mundo dominado que se resiste a perecer, que se resiste a la liberación, porque las estructuras de poder internas también se desarrollaron bajo esa lógica externa. Más aún en un país como Chile: el laboratorio de prueba de la implementación del modelo neoliberal como formato adaptado del expolio histórico.
La Declaración Final tampoco satisface el interés que tenía la UE de doblegar la política internacional de los países soberanos de Latinoamérica.
Por otra parte, es cierto que muchos países tenían intereses particulares y legítimos en aprobar esta resolución. El texto reconoce las mesas de negociación en Colombia con la guerrilla del ELN, reconoce los diálogos en Venezuela y también abre por primera vez, en un encuentro de este tipo, la cuestión de Las Malvinas, que preocupa, lógicamente, a Argentina.
Finalmente, otro punto a destacar son los acuerdos económicos que están previstos abordarse después, como el de la UE con Mercosur o con México. Lo cierto es que estos acuerdos también deberán adaptarse al nuevo mundo que se está construyendo, un mundo que no trata de romper acuerdos comerciales con viejos socios, pero sí de forzar a que estos acuerdos sean honestos y no un nuevo disfraz del tradicional saqueo.
América Latina tiene nuevos socios, algo que también preocupa a los europeos, porque la soberanía económica regional será un paso fundamental para garantizar la soberanía política y la segunda independencia que reclaman los pueblos de América Latina y el Caribe.