Los desplazamientos masivos entre poblaciones son habituales desde el inicio de los tiempos y, además, claves para comprender la construcción de todas las sociedades, actuales o pasadas. Sin embargo, estos grandes movimientos poblacionales tienen como precedente algún fenómeno ambiental, sea de carácter natural (desastres, hambrunas) o motivados por el hombre (expolio, guerras, violencia o pobreza).
Más de 1,5 millones de irlandeses emigraron a EE.UU. entre 1845 y 1855, durante la Gran Hambruna de Irlanda, un fenómeno que incluye causas naturales, pero sobre todo políticas. Durante los siglos XVII y XVIII, leyes penales prohibían a los católicos irlandeses comprar o arrendar tierras, votar, ocupar cargos políticos, obtener educación o ingresar a una profesión.
Pese a la reforma de 1829, que otorgó de nuevo derechos a los católicos irlandeses que representaban el 80% de la población, la propiedad de la tierra se concentraba en manos de las familias angloirlandesas e inglesas. La mayoría de estos propietarios vivían en Inglaterra, por lo que los ingresos por el alquiler de tierra a los irlandeses eran enviados allí. Las explotaciones de los arrendatarios irlandeses eran tan pequeñas que limitaba su cultivo a las patatas y, además, apenas de un solo tipo. Este escenario fue el motivo por el cual, cuando llegó el hongo Phytophthora infestans, que infectó el cultivo de patatas en todo el planeta, las consecuencias fuesen especialmente dramáticas para Irlanda.
Reciente migración en la UE
Más de 232.350 personas cruzaron la frontera hacia la Unión Europea (UE) desde enero hasta agosto de 2023, lo que supone un incremento del 18 % en relación con el año anterior. El 49 % de estos migrantes usó la ruta del Mediterráneo central. Ante estos datos, los países del bloque comunitario dijeron que no podían hacerse cargo de la situación, lo que ha generado fuertes enfrentamientos entre los socios europeos.
Ante esta crisis, la Unión Europea, de nuevo, se repliega encerrándose en los intereses particulares de cada Estado. Una escena recurrente entre los socios comunitarios cada vez que enfrentan una situación crítica.
En 2023 desembarcaron en Italia 123.863 inmigrantes procedentes del norte de África, según datos del Ministerio del Interior al 13 de septiembre; el mismo día que se reportaba la llegada de 6.000 nuevos inmigrantes a la isla italiana de Lampedusa en apenas 24 horas.
Ante esta crisis, la Unión Europea, de nuevo, se repliega encerrándose en los intereses particulares de cada Estado. Una escena recurrente entre los socios comunitarios cada vez que enfrentan una situación crítica, como ya ocurrió, recordando algunos ejemplos, con la crisis del euro o durante la pandemia del coronavirus.
Aprovechando el desarrollo de la Asamblea General de la ONU, la semana pasada, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, hizo un llamamiento para "librar una guerra global sin piedad contra los traficantes de seres humanos", a los que culpa del aumento de los flujos migratorios.
Tensión europea
La tensión intracomunitaria se encendió aún más cuando un portavoz del Ministerio de Exteriores alemán confirmó a los medios de comunicación que el Estado financia a algunas ONG que ofrecen ayuda a los migrantes, tanto en el mar como en territorio italiano, algo que enfureció a la coalición de gobierno en Italia. El vicesecretario de la Liga, Andrea Crippa, respondió acusando a Alemania de estar tratando de desestabilizar el Gobierno mediante la financiación de ONG "para llenarnos de clandestinos".
Sin embargo, Meloni sí se ha mostrado partidaria de la propuesta del presidente francés, Emmanuel Macron, con quien se reúne estos días en Roma, para condicionar la ayuda al desarrollo a los países africanos que sean "responsables" con la inmigración.
Son los recursos expoliados, las armas y conflictos exportados desde Europa los que crean los corredores por los que cruzan finalmente los migrantes.
El choque de intereses se evidencia ante este escenario. Italia es uno de los países más afectados por el fenómeno migratorio, y, además, el actual Gobierno se ha conformado a través de hacer un uso partidista de esta situación. Por su parte, Alemania se ha beneficiado históricamente de la mano de obra barata procedente de los flujos migratorios, y ha usado las propias fronteras de la UE como un filtro para garantizar una llegada controlada de migrantes. Por último, Francia está usando esta nueva crisis dentro de su preocupación principal en la actualidad, que es la pérdida de control sobre el continente africano.
Es paradójico que el mismo presidente que dice estar preocupado por el aumento de las migraciones desde África, de forma paralela, trate de alentar conflictos regionales por su pérdida de influencia en zonas como el Sahel.
Ante cifras récord de flujos migratorios sería interesante que alguno de estos líderes europeos se preocupase realmente por conocer cuál es el origen del problema. Así, no será difícil descubrir que son los recursos expoliados, las armas y conflictos exportados desde Europa los que crean los corredores por los que cruzan finalmente los migrantes. Buscando la riqueza allá, a donde se llevaron sus recursos, y buscando la paz en el lugar del que salieron las armas —que a tenor de las cifras deben ser territorios plenamente desarmados— para crear conflictos en sus territorios de origen.
Quizás Meloni en algún momento descubra que ellos, como el resto de las potencias europeas, son parte de esas mafias que denuncia.
Mientras, como en Irlanda a mediados del siglo XIX, los líderes europeos seguirán tratando de hacernos creer que todo fue por culpa de las patatas. Pero también, como ocurrió en Irlanda, cada vez más veremos cómo África se levanta.