Sin mención a los desaparecidos y con halagos a García Luna: la olvidadiza autobiografía de Felipe Calderón
Más de 30.000 desaparecidos no merecen una sola mención por parte de Felipe Calderón, el expresidente mexicano que acaba de publicar su autobiografía 'Decisiones difíciles'.
Sus seis años de gobierno serán recordados principalmente por su guerra contra el narcotráfico, por la violencia, por las decenas de miles de familias que siguen esperando Justicia, por la impunidad en las masacres y las denuncias de corrupción en contra de su exsecretario de Seguridad, Genaro García Luna, hoy detenido en Estados Unidos, acusado de haber trabajado para el Cártel de Sinaloa.
Pero el expresidente opta por ratificar su desprecio a las víctimas y, a lo largo de 376 páginas, evita reconocer a los desaparecidos que dejó su gobierno. Ni siquiera habla de ellos. Apenas si hace una breve reseña de los Diálogos de Chapultepec, aquel encuentro que sostuvo en 2011 con víctimas de la guerra encabezadas por Javier Sicilia, el poeta al que el asesinato de su hijo convirtió en un emblema en la lucha por los derechos humanos en México.
Y si Calderón habla de ese episodio es sólo para autofelicitarse y celebrar su "capacidad de diálogo", "apertura" y "sinceridad", para citar elogios que le prodigaron analistas amigos y defender su guerra. Porque si algo abunda en el libro son las loas a sí mismo.
La autocrítica, en cambio, está ausente. A García Luna lo ensalza. Recuerda que, previo al inicio de su gobierno, él y su exprocurador Eduardo Medina Mora le presentaron "una propuesta muy interesante" en materia de seguridad pública. "Me convencía el conocimiento que tenía Genaro García Luna. A su favor valoré también su formación durante muchos años en el Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional (Cisen), la institución más estricta hasta entonces en el control de confianza del personal que en ella labora", explica Calderón.
El funcionario, dice, sería de utilidad para formar a la Policía Federal. Luego aplaude el "orden" y "sentido de autoridad" que su exsecretario de Seguridad impuso en las inundaciones de Tabasco en 2007 y en las protestas por la reforma energética.
Hasta ahí llegaba el balance de Calderón sobre García Luna. Para mala suerte del expresidente, cuando el libro ya estaba por ser impreso, la Justicia de Estados Unidos detuvo al exsecretario y lo acusó del delito de "conspiración para distribuir cocaína". En concreto: de haber recibido sobornos millonarios de Joaquín 'El Chapo' Guzmán, el líder del Cártel de Sinaloa que ya cumple cadena perpetua en ese país.
La noticia, que coronó las sospechas de corrupción que siempre cubrieron a García Luna, obligó a Calderón a incorporar una nota al final del libro. Pero lo hace sólo para deslindarse de cualquier responsabilidad (¿complicidad?) y defender de nuevo una estrategia que sumergió al país en sangre.
"Si llegara a demostrarse su culpabilidad… ésta sería una gravísima falta a la confianza depositada en él. La sola discusión de este caso muestra que uno de los principales desafíos del país es impedir que el poder corruptor del crimen organizado logre la captura del Estado… La política de seguridad de mi administración no era, ni remotamente, producto de las decisiones de un solo funcionario", asegura Calderón en un afán de restar peso e importancia al exsecretario que lideró su fallida guerra.
Nada dice, sin embargo, de los montajes que García Luna organizó con el apoyo de periodistas y medios afines para difundir falsos éxitos en el supuesto combate al narcotráfico. También olvida su acelerado enriquecimiento y las múltiples denuncias oficiales y extraoficiales por corrupción que había en su contra.
La detención de García Luna revivió la denuncia lanzada desde hace años por periodistas mexicanos que en sus investigaciones concluyeron que, en realidad, la guerra contra el narcotráfico fue solamente un pretexto para que el gobierno calderonista ayudara al Cártel de Sinaloa a encumbrarse como la organización criminal más poderosa del país, y al 'Chapo', como su máximo líder.
Sobre el capo, Calderón sí se explaya en su autobiografía. Explica que, cuando él asumió el gobierno, el Cártel de Sinaloa estaba enfrentado con los hermanos Beltrán Leiva y con el Cártel de Juárez.
"Muchos de los principales conflictos venían de años atrás y con el tiempo escalaron. Otros surgieron de rupturas ocurridas durante esos difíciles años. Por ejemplo, la violencia en Tijuana estaba asociada desde más de un lustro antes a una disputa entre el Chapo Guzmán y los hermanos Arellano Félix por la ruta de salida de la droga. Esta pelea se convirtió después en una lucha por el dominio de Tijuana", asegura.
Calderón insiste en que la violencia por la disputa de territorios era inevitable y la hubiera tenido que enfrentar cualquiera que hubiera ganado las elecciones en 2006. Niega que él haya "pateado el avispero" de criminales, como tanto lo han acusado, porque "el avispero ya estaba dentro de la casa y las avispas invadían ya amplios espacios, se habían vuelto cada vez más agresivas, con aguijones cada vez más potentes y venenosos".
La metáfora le sirve al expresidente para olvidar las ejecuciones cometidas por Fuerzas Armadas o de Seguridad que estaban bajo su mando, las detenciones arbitrarias, los civiles asesinados, su desdén hacia las víctimas, los migrantes masacrados, las fosas comunes, los miles de desplazados, la multiplicación de cárteles cada vez más sanguinarios, los más de 30.000 desaparecidos y las más de 50.000 muertes que dejó su sexenio, que fueron récord en la historia del país y que marcaron el inicio de crecientes niveles de violencia que, todavía hoy, no terminan.
En su permanente estado de negación, el expresidente bravuconea. Si su gobierno desató la violencia, dice, entonces esta debió cesar durante los gobiernos de Enrique Peña Nieto o de López Obrador. Así de fácil, como si pudiera terminarse por decreto una guerra que él desató de manera irresponsable, que tiene múltiples frentes y en la que los supuestos enemigos a veces fueron más bien aliados, cómplices o directamente jefes de quienes decían perseguirlos.
"Una de las críticas recurrentes que se me hacían y aún se hacen es que mi mayor error fue combatir a los delincuentes. Es curioso cómo se utiliza con enorme ligereza y frecuencia la expresión 'la guerra contra el narco de Calderón'. Si se es estricto, ni fue guerra (era la aplicación de la ley como deber del Estado), ni fue específicamente contra el narco (era contra toda criminalidad), ni era una cosa meramente mía", se justifica el expresidente.
Olvida que quien usó un lenguaje bélico y uniformes militares que le quedaban grandes, no sólo en un sentido físico, fue él mismo. Nunca nadie lo criticó por "combatir a los delincuentes", sino por no haber anunciado que iniciaría una guerra, por carecer de estrategia, por no prevenir la devastación humanitaria que iba a provocar, por usar la militarización para tratar de legitimar a su gobierno, el cual siempre arrastrará la desconfianza de haber sido producto de un fraude electoral.
En su afán de defenderse, Calderón aclara que el concepto de "guerra contra las drogas" lo propuso Richard Nixon en Estados Unidos en los años 70. Mal ejemplo. Casi 50 años después, en el mundo hay más violencia, más drogas ilegales, más cárteles, más capos, más consumidores, más narcotráfico, más ganancias, más lavado de dinero, más violaciones de derechos humanos. La guerra provocó un desastre.
Y México, durante su gobierno, sólo se consolidó como un nuevo ejemplo de ese fracaso.
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