Ni fue una hecatombe para el oficialismo, ni una victoria épica para la oposición.
Los resultados de las elecciones legislativas realizadas el domingo en Argentina son tan complejos que permiten lecturas para todos los gustos. Por eso, el Gobierno peronista derrotado festeja como si hubiera ganado, y la derecha triunfadora no puede mostrarse tan exultante.
A estos dos bloques mayoritarios que polarizan el debate político en el país se les suman ahora nuevos actores que navegan en las antípodas ideológicas: desde los fascistas de ultraderecha que ponen en riesgo la convivencia democrática, hasta la izquierda progresista que se consolida como la tercera fuerza a nivel nacional.
La política argentina suele leerse en tono melodramático. Se olvida que los éxitos y los fracasos electorales no son permanentes. Así, la prensa opositora que vaticinó por enésima vez la desaparición del peronismo, volvió a quedar en ridículo. Evidenció de nuevo que confunde sus deseos con la realidad. Anticipaban una "catástrofe" para el Gobierno, "el fin del kirchnerismo/peronismo". Pero se quedaron con las ganas.
El oficialismo venía de los duros resultados de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de septiembre, esas elecciones de candidatos que se han convertido en la verdadera encuesta que anticipa escenarios rumbo a los comicios generales.
En esa jornada triunfó Juntos por el Cambio, la alianza conservadora en la que participa el expresidente Mauricio Macri, con el 41,5 % de los votos, mientras que el peronismo aglutinado en el Frente de Todos quedó en un lejano segundo lugar con un 32 %.
Hoy, dos meses después, la brecha a nivel nacional se mantuvo: la oposición de derecha ganó con el 42 % y el oficialismo subió apenas un punto hasta alcanzar el 33 %. El peor temor del peronismo era que la brecha se ampliara todavía más. Esa sí hubiera sido una tragedia electoral que hubiera puesto en riesgo la gobernabilidad y debilitado por completo a Fernández. Finalmente, no ocurrió.
El mal menor
Otro de los resultados que desvelaba al Gobierno se centraba en la provincia de Buenos Aires, que con sus 12,7 millones de electores que representan al 37 % del padrón nacional se erige como el principal distrito electoral del país.
Ahí, en septiembre Juntos por el Cambio ganó con el 40 %, mientras que el Frente de Todos se quedó con el 35 %. Pero el domingo la brecha se achicó hasta lograr un virtual empate técnico: 39,8 % contra 38,5 %. Aunque sigue siendo una derrota, la diferencia es tan magra que le otorga un respiro vital al Gobierno nacional y al provincial.
En las PASO, además, el Gobierno sólo ganó en 7 de las 23 provincias del país y en la Ciudad de Buenos Aires, en donde la derecha es imbatible desde 2007. Ahora logró remontar algunos resultados, triunfar en 9 provincias y alcanzar el mayor porcentaje de votación de su historia en la capital.
La suma de votos permite que en la Cámara de Diputados el oficialismo sea la primera minoría con 118 curules, seguida de las 116 de Juntos por el Cambio. El principal descalabro es en el Senado, en donde el peronismo reduce de 41 a 35 sus bancas y pierde el quórum propio por primera vez en cuatro décadas, ya que para iniciar sesiones por su cuenta necesita por lo menos 37 escaños.
Parece el mal menor, tomando en cuenta que el peor escenario era sufrir "una paliza", que la oposición arrasara y reforzara su campaña para terminar por anticipado con la presidencia de Fernández.
Lo que sí debería preocupar, y no sólo al Gobierno sino a la sociedad entera, es el caudal de votos alcanzado por la nueva fuerza política de los llamados "libertarios" que de libertarios no tienen nada, porque en realidad son fascistas, y que reviven los peores fantasmas de un país que padeció una de las dictaduras más siniestras de América Latina.
El mal mayor
Javier Milei es una de las nuevas figuras políticas que se empodera en esta elección. El economista de ultraderecha de 51 años, aprendiz de Donald Trump y Jair Bolsonaro, ingresa a la Cámara de Diputados después de obtener el 17 % de los votos en la Ciudad de Buenos Aires.
Con él, también entra la segunda candidata de su lista, Victoria Villarruel, una abogada conocida por defender a los genocidas de la última dictadura militar (1976-1983) y que suele minimizar los crímenes de lesa humanidad cometidos por los represores. En la provincia de Buenos Aires, el 7,5 % de los votos del economista José Luis Espert le alcanzó para ubicarse como tercera fuerza electoral en ese distrito y sumarse a la bancada "libertaria" en Diputados que se completará con Carolina Píparo y Hugo Bontempo.
Estos cinco políticos deploran los derechos humanos, los feminismos, las luchas de los colectivos LGTBIQ; denuestan el papel del Estado e impulsan la autonomía de los mercados y el individualismo; niegan la ciencia y son clasistas; promueven el racismo y la discriminación; exigen "mano dura" contra la delincuencia y desprecian a la migración sudamericana.
Su violencia discursiva representa un peligro para la convivencia democrática. Ya quedó claro la noche del domingo. En los festejos de Milei en la ciudad de Buenos Aires aparecieron simpatizantes nazis y seguidores con la bandera confederada de Estados Unidos (que simbolizó la resistencia a abolir la esclavitud en la Guerra Civil). Desde el escenario, un guardia amagó con sacar un arma.
La imagen ensombrece por completo una jornada electoral que se había realizado en paz. Y, más allá de los deslindes y condenas del nuevo diputado, anticipa los riesgos que genera el crecimiento de una ultraderecha que fue promovida por la prensa opositora, que amplió su base de simpatizantes en las redes sociales y que contó con la involuntaria ayuda de una clase política tradicional que ha decepcionado a gran parte de los electores que hoy se acercan al fascismo como mejor opción.
Pero la resistencia está en marcha, como lo demuestra el avance de la coalición de izquierda progresista que consiguió los mejores resultados electorales de su historia.
El contraste
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad, que tradicionalmente ha sido una fuerza marginal y que promueve causas sociales por completo opuestas a las que defienden los "libertarios", sumó 1,3 millones de votos que representan un 20 % más de los que había conseguido hace dos meses en las PASO.
Ese capital le permite meter a cuatro diputados nacionales, dos legisladores en la Ciudad y dos diputados provinciales en Buenos Aires. El 6 % de los votos obtenidos a nivel nacional lo convierten en la tercera fuerza del país, aunque muy lejos del peronismo y de Juntos por el Cambio que siguen siendo los bloques que concentran el debate político.
Una de las principales y más gratas novedades la protagonizó Alejandro Vilca, un humilde recolector de basura, indígena y militante socialista que se convirtió en diputado nacional al alcanzar el 25 % de los votos en su natal provincia de Jujuy. Es uno de los niveles más altos de votación registrados por la izquierda y permite sumar una nueva y necesaria voz al parlamento.
En campaña
Los políticos argentinos siempre están en campaña. Por eso, terminadas las legislativas de 2021, ahora lo que se abre es la puerta de las presidenciales de 2023.
Más allá de las curules que estaban en juego, de estas elecciones dependía el fortalecimiento o debilitamiento de quienes aspiran a suceder a Fernández dentro de dos años.
Por eso a partir de este lunes se profundizarán las peleas internas en las principales coaliciones que mantenían una forzada pausa, a la espera de saber qué pasaba el 14 de noviembre. Los votos logrados implican ahora un capital político en disputa.
Del lado del oficialismo, sigue latente la pelea entre Fernández y su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner que terminó de estallar después de las PASO. Ya se especula con nuevas presiones de la expresidenta para que el presidente cambie al gabinete y con la reconfiguración de poder entre las fuerzas peronistas que lograron evitar una mayor catástrofe electoral.
Los principales retos son recuperar la economía, acordar con el Fondo Monetario Internacional, contener o reducir la pobreza y controlar la omnipresente y dañina inflación.
Es decir, conseguir por fin resultados positivos de Gobierno que les permitan mantener el poder el 2023, ya sea apostando por la reelección de Fernández o de la postulación del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, el candidato de la vicepresidenta.
No será fácil, porque los desacuerdos son múltiples y muy profundos, tanto como la certeza de que la ruptura definitiva de la coalición gobernante sólo serviría para allanarle a la derecha el camino a la presidencia.
Del lado de la oposición, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, ya celebró el domingo por la noche su esperada victoria con un discurso en tono de campaña presidencial. Su principal aliada es María Eugenia Vidal, la exgobernadora de la provincia que ahora se postuló como candidata a diputada nacional por la capital.
Aunque ganó, sus rivales internos no dejan de repetir que su 47 % de votos está muy por debajo del 55 % obtenido por Juntos por el Cambio en 2017 y el 50 % de 2019. Y le van a querer cobrar esa diferencia.
Frente a Rodríguez Larreta y Vidal, líderes que suelen coquetear (¿fingir?) con la moderación, se plantan Macri y su exministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quienes desde que dejaron de gobernar se fueron corriendo cada vez más a la ultraderecha. Las tensiones discursivas e ideológicas se reforzarán a partir de ahora, pero, al igual que el peronismo, saben que tienen mejores expectativas juntos que desorganizados.
Más allá de la efervescencia que siempre desatan los procesos electorales, la jornada concluyó sin irregularidades ni denuncias de fraudes, con resultados creíbles y ágiles y discursos de todos los políticos involucrados. Unos ganaron, otros perdieron, todos celebraron.
No es poca cosa, ya que en un escenario regional de permanente desestabilización, Argentina demuestra una fortaleza democrática construida con dificultades en los últimos 38 años, desde que terminó la dictadura.
Y eso hay que celebrarlo.