Qué hay después del estallido: Los retos de la nueva geografía política de América Latina
América Latina vive una sorpresiva nueva oleada progresista antes de lo esperado. Muchos caminos se cruzan los próximos tiempos. El resultado de las presidenciales en EE.UU. va a sincerar muchas posturas (como la mexicana) y en pocos años, y hasta meses, puede haber una reconfiguración regional.
La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), por su lado, espera el turno al bate mientras se desarrollan acontecimientos que puede cambiar el sentido político que ha llevado el continente los últimos años.
Esos hitos, de carácter electoral, comenzarán a producirse en EE.UU. el 3 de noviembre de este año y seguirán en Venezuela, el 6 de diciembre. En 2021, continuarán en Ecuador, Perú y Chile. En Colombia y Brasil, serán en el 2022. Cada uno de esos acontecimientos podrían revelar una nueva geografía política en América Latina.
Ciclos que retornan
Los meses que vienen ya tienen un montón de hechos pautados: un conjunto de comicios presidenciales y legislativos, aparte de las imprevisibles manifestaciones y protestas que puedan ocurrir. En ese contexto, los movimientos progresistas latinoamericanos están avanzando de manera importante hacia la toma del poder político en países como Ecuador, Chile, Colombia y Brasil.
El primer ciclo del progresismo duró de manera estable durante mediados y finales de la segunda década del siglo XXI, hasta que Mauricio Macri en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil, y otros líderes de la derecha emergente acabaron con varias experiencias izquierdistas de gobierno.
Pero el triunfo de hace pocos días del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia y del 'Apruebo' en el plebiscito de Chile, conjuntamente con la presencia de Alberto Fernández en Argentina y López Obrador en México, vislumbran un escenario de equilibrio geopolítico en el que cualquier victoria de la izquierda en las presidenciales por venir, consolidará la idea de la instauración de un nuevo ciclo de gobiernos progresistas, quizá no tan acentuada como en el primero, pero sí en crecimiento.
En todo caso, el quiebre del primer ciclo progresista generó una respuesta, más rápida de lo que se esperaba, en los sectores derrotados. El nuevo auge de la derecha fue respondido casi de inmediato por movimientos, protestas y campañas electorales, que han generado fuertes fricciones en las gestiones de Sebastián Piñera en Chile, Iván Duque en Colombia y Bolsonaro en Brasil.
Lo relevante es que esos movimientos, protestas y levantamientos no se quedan en la simple indignación, ni entran en callejones antipolíticos, sino que rápidamente construyen fórmulas para recuperar el camino electoral y cuentan con la experiencia de lo que significa ser y hacer gobierno. Por lo tanto, pueden avanzar más allá de la impotencia, se levantan sin demoras de las caídas -habrá que ver si han aprendido de ellas-, y demuestran lo que Nietzsche llamaba "voluntad de poder", que es elemental para ejercer mandato. Tienen vocación de poder y vuelven a rondar en torno a él.
Una de las enseñanzas del primer ciclo es que lograr un triunfo electoral y ocupar una silla en el Ejecutivo no necesariamente se traduce en ejercicio efectivo de poder. La segunda lección es que las altas expectativas generadas en la población por las fórmulas izquierdistas sin un cabal resultado, pueden convertirse en malestar contra sus gobiernos.
Hasta ahora, los movimientos y partidos progresistas, independientemente de sus nuevos retos, no se quedan en la mera indignación. Van por los triunfos electorales y el consiguiente intento por gestionar el estado y la economía.
Confrontaciones previstas
El primer acontecimiento que puede esperarse y que impactará en el entusiasmo político latinoamericano es la elección presidencial de EE.UU. De ganar Trump, la derecha se va a sentir apoyada para seguir su 'cruzada antisocialista'. De ser otro el resultado, los sectores socialdemócratas intentarán un cambio de dirección en las relaciones de ambos subcontinentes.
Posteriormente, el 6 de diciembre se realizarán las legislativas en Venezuela, que implican el debilitamiento de la figura del diputado opositor Guaidó, quien ya pierde su curul en la Asamblea Nacional porque no se está postulando, sino apostando por la abstención. Este cargo de elección de diputado es el que le permite sostener, de momento, el andamiaje de su interinato.
El 7 de febrero de 2021 se realizará la primera vuelta de las presidenciales en Ecuador y el 11 de abril se prevé el balotaje.
El correísmo se prepara para obtener un triunfo con Andrés Arauz, pero antes deberá sortear la confrontación con el movimiento indígena, que parece irresoluble, aunque no es la primera vez que gana sin ellos. También deberá resolver el problema de sus siglas, que no están del todo internalizadas en los votantes de Correa de anteriores comicios. No le basta solo con los votos duros, así que deberá pelear por quienes se han apartado o decepcionado de la política.
En Perú, el largo interinato tendrá que acabarse en las próximas presidenciales de abril de 2021, donde la izquierdista Verónika Mendoza, excandidata presidencial, se presenta como aspirante en medio de una profunda crisis institucional.
Chile celebrará las presidenciales a finales de 2021, además de una elección para aprobar la nueva Constitución, redactada por la convención constitucional, y un nuevo parlamento. Así que lo clave aquí comienza a ser la elección de un candidato que genere el suficiente consenso para ganar, pero que pueda representar el resurgimiento político de nuevas subjetividades, y no a la clase política tradicional.
Un triunfo de la izquierda podría suponer una nueva constitución realmente 'post-Pinochet', y capturar tanto la presidencia como la mayoría legislativa: un verdadero cambio de rumbo del país neoliberal por excelencia.
En Colombia, la situación se va decantando a favor de las fuerzas progresistas. El debilitamiento del expresidente Álvaro Uribe y del presidente Iván Duque, junto a las masivas manifestaciones que recuerdan el estallido chileno, generan crecientes probabilidades para la postulación del excandidato presidencial Gustavo Petro. La izquierda nunca ha estado más cerca de la toma del poder político en ese país como ahora.
También para 2022 queda la elección de Brasil. Bolsonaro se juega la reelección en un escenario en el que cualquier cosa podría pasar, pero el Partido de los Trabajadores, con Luiz Inácio Lula da Silva a la cabeza, también apuesta por su llegada al poder político después de haber ganado cuatro presidenciales en fila hasta su derrota en 2018.
Devolver el golpe
El 'lawfare' contra el liderazgo progresista de Lula da Silva, Dilma Rousseff, Rafael Correa, Cristina Fernández; el provecho al malestar generado a partir de la caída de las materias primas; el uso de los medios y las redes para difundir noticias falsas y la criminalización de los movimientos sociales. Todo ello fue tácticamente utilizado por las derechas para perfilar un cóctel político que frenó el primer ciclo progresista.
En ese análisis también podría incluirse cierta relentización de los procesos que se llevaban a cabo desde sectores progresistas, la impotencia de no conseguir las transformaciones sociales prometidas, los errores económicos graves y un burocrático enamoramiento del poder, que impidió entender la emergencia de un malestar social que favoreció a la derecha.
Varios gobiernos terminaron cayendo de diversas maneras a partir de 2015. Derrotados electoral, militar o judicialmente, las derechas se agrandaron y acabaron de manera grosera con los avances sociales, que ya estaban disminuidos debido a la crisis económica. En ese panorama, varios líderes de izquierda fueron vinculados en escándalos de corrupción o sacados de combate con el fantasma de Venezuela rondando las pantallas del mundo.
Se había caído el primer ciclo progresista con logros sociales y una importante redistribución del dinero, pero con incapacidad, salvo en Bolivia, para generar una política económica efectiva y sustentable a la vez: el gran reto del segundo ciclo por venir.
El primer ciclo incurrió en ingenuidades con respecto a la forma Estado que debía ajustarse. Este ha sido el gran talón de Aquiles: el Estado se rebela contra el gobierno a la hora de imprimir movimiento para acelerar las reformas y transformaciones requeridas.
Esto pasa en las fuerzas armadas, policiales, judiciales. En los aparatos económicos. En el Estado todo.
Entonces, las fuerzas progresistas están volviendo a presentarse como opción de gobierno, y aún queda ver cuánto se aprendió de los errores y qué nuevas estrategias se van a utilizar para redefinir de manera efectiva el Estado existente.
Muchos movimientos sociales y políticos, independientemente del tamaño de los retos, trabajan para volver a ocupar el Estado-nación y generar alternativas estables de gobierno desde fórmulas electorales. Algo que no existía en América Latina hasta la última década del siglo XX.
El segundo ciclo puede estar por comenzar. Estaremos atentos a los acontecimientos que se vayan presentando.
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