Las claves de las elecciones en México III: Continuidad o populismo venezolano y norcoreano
En 1935 la casa encuestadora Gallup comenzó a preguntar sobre la aprobación del presidente de Estados Unidos. Desde entonces se ha vuelto una variable para medir el desempeño del ejecutivo y su popularidad. En México, la mayoría de las encuestadoras señalaban que el presidente Enrique Peña Nieto comenzó su mandato con una aprobación de 55-60%, pero con un derrumbe en su imagen a lo largo del tiempo que lo tiene actualmente en un índice de aceptación de tan solo 15-20%, lo que refleja una caída de más de 40 puntos.
Ese 15-20% coincide con las preferencias electorales del Partido de la Revolución Institucional (PRI), el partido de Peña Nieto. Podríamos decir que este es el voto duro del priismo, que no importa que tanto se hunda el barco, ya que le permanecerá fiel. El régimen se encuentra actualmente en un tercer lugar de las preferencias electorales, donde el puntero es López Obrador, con preferencias de alrededor del 30%, congruentes con las votaciones que ha obtenido con anterioridad (35.29% en 2006 y 31.57% en 2012). El voto duro de López Obrador parece ser casi del doble del voto duro del priismo.
El oficialismo sabe que es muy difícil que el voto duro cambie en cualquiera de los sentidos. Ni el PRI puede perder mucho ni López Obrador tampoco. La apelación discursiva se hará entonces al voto volátil, que es de alrededor del 30% del electorado, un voto que se define basado en el éxito o fracaso de las campañas electorales. El PRI, el partido con mayor índice de rechazo, sabe que es prácticamente imposible convencer sobre sus virtudes, así que hará su campaña basada en lo que conocen mejor: meter miedo a la población sobre el candidato opositor.
Este discurso se ha hecho muy claro desde 2006. Si gana López Obrador -nos dicen los políticos del régimen- vendrá la debacle económica, la estatización de las empresas, la pérdida de libertades, el fin de la democracia y el Estado de derecho. No aportan pruebas, sino sentencias de fe, mientras que los medios masivos de comunicación nos hablan de la "venezuelización de México". Incluso, en 2006, un spot de campaña presentaba imágenes distorsionadas de discursos de Hugo Chávez y protestas en Venezuela con solamente una referencia final a López Obrador. En el discurso oficial el candidato de oposición es malo, no por lo que es, sino por lo que podría llegar a ser: alguien similar a Hugo Chávez.
Hoy en día, la narrativa distorsionada y fuera de lugar ha ido en aumento. El dirigente nacional del PRI, Enrique Ochoa, ha afirmado que de ganar López Obrador seguiría la vía norcoreana o venezolana, "un modelo populista autoritario". José Antonio Meade, secretario de Hacienda y uno de los principales candidatos para la nominación priista, también afirmó hace un par de días (sin referirse directamente a López Obrador) que los modelos donde el Estado tenga una rectoría son similares a regímenes como el de Corea del Norte o Venezuela. Nada de matices, nada de precisiones, nada de diplomacia. ¿Será que la siguiente acusación contra la oposición es que tienen armas de destrucción masiva en sus oficinas de campaña?
Esta narrativa surgió en 2006 de la mano del publicista español Antonio Solá Reche, quien desde su juventud militó en el Partido Popular, partido donde se refugiaron la derecha, los conservadores y los franquistas españoles a la caída de la dictadura. Solá ha dado consultorías políticas en diferentes países, entre los cuales están México, Argentina, Perú y Guatemala. La estrategia y narrativa no son solo nacionales, sino internacionales, ya que se ha aplicado por igual en Argentina, Perú, Ecuador o México. Incluso, en la actualidad en España, la creciente fuerza que representa Podemos es cuestionada por sus "vínculos" con Venezuela, Irán y Rusia, sin que se llegue a probar nada o como si esto fuera un signo inequívoco de podredumbre política.
Nada se repara en las particularidades propias de cada nación y cada régimen político y ni tampoco en la diplomacia internacional. Este discurso conservador se encuentra emparentado con la estrategia electoral de Trump en Estados Unidos y el fenómeno de la postverdad o las 'fake news'.
En México, la "guerra sucia", como se le ha llamado a esta estrategia electoral basada en trasmitir miedo a través de cuestiones ficticias o pretendidas potencialidades de los actores políticos, tiene una raíz tanto psicológica como sociológica. Como lo señalaba en sus escritos Marcel Mauss, la mitomanía, la locura de juzgar y el fanatismo son elementos presentes en las psicosis colectivas. Lo irracional se convierte –aparentemente- en racional gracias a la psicosis y a la histeria colectiva. El régimen le apuesta al miedo a lo desconocido, a los calamares gigantes y demás monstruos de altamar para evitar siquiera que zarpemos del puerto. ¿Cuántas veces ese miedo se ha convertido en el único argumento del status quo para tratar de evitar los cambios sociales? La continuidad y el status quo, afirma el gobierno de Peña Nieto, es el único lugar seguro y apacible. Nos hablan del paternalismo de Estado pero invocan el miedo para evitar que abandonemos el regazo de la seguridad en el mercado, como si tal cosa existiera.
Además del ridículo y catastrofista llamado a evitar las vías norcoreanas y venezolanas, el discurso electoral del régimen estará dirigido a desprestigiar a la política y a los políticos, algo fácil de hacer ante el desprestigio de estos últimos. "Todos son iguales" pareciera ser una voz generalizada. Pero esa voz solo conviene al régimen en el poder. Desincentiva la participación ciudadana y electoral y desmoviliza socialmente. El PRI no está interesado en demostrar su rectitud, saben que eso es un caso perdido. Tratarán por todos los medios de ensuciar a los candidatos opositores e independientes a veces con elementos justificados y muchas veces sin ellos. No se trata de demostrar que los candidatos del régimen sean probos, sino que el resto sean tan corruptos como ellos. "Calumnia, que algo queda" es un refrán popular y una metodología electoral del gobierno.
Así como la oposición señala que la elecciones de 2018 son un referéndum entre la continuidad o el cambio, así también lo aborda el discurso oficialista. Pero el referéndum del gobierno no es entre corrupción y cambio, como lo afirma la oposición, sino entre continuidad o 'venezuelización' y ahora hasta 'norcoreización'. Para el régimen es mejor votar por un candidato afín a los mercados y a la ortodoxia del neoliberalismo económico que por un candidato que se mueve en los ejes de lo nacional-popular. Nos dice el oficialismo que el camino es largo, largo pero seguro. Llevan diciéndolo 10, 20, 30, 50 y hasta 100 años y todavía no podemos superar los cimientos de ese proyecto que parece tan longevo como los mil años del Sacro Imperio Romano Germánico.
Tal vez uno peque de escepticismo, pero como decía el economista Keynes, lo único seguro es que "a largo plazo todos estamos muertos".
@BuenrostrJavier
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