Enfrentar enemigos y desafiar a sus rivales: el camino de Erdogan para erigirse como el 'sultán' de la Umma
Y ahora que Turquía está cada vez más lejos de los intereses norteamericanos, el ministro de Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, ha declarado que se les está acabando la paciencia esperando la creación de una 'zona segura' de 40 kilómetros entre su frontera y el territorio controlado por las Fuerzas Democráticas Sirias, compuestas por rebeldes y kurdos de las YPG; ligados al PKK, partido etno-nacionalista kurdo que lucha por independizar sus territorios del sureste de Turquía y al cual el gobierno turco califica de terrorista.
El gobierno turco tiene prisa por 'limpiar' su frontera sur de fuerzas potencialmente hostiles, por lo que jugando la carta de amenazar con una intervención como la de Afrín de 2018, está negociando con EE.UU. el modo de expulsar a las YPG de Manbij y toda su frontera para evitar el enfrentamiento armado. Turcos y estadounidenses repartiendo entre sus títeres el territorio sirio. Qué reflejo más acertado del absurdo de esta guerra.
Pero las negociaciones por una 'zona segura' están fracasando, por un lado por las peticiones abusivas de ambas partas y, por otro, porque Turquía ha comprado sus sistemas de defensa aéreos S-400 a Rusia; algo que no ha gustado nada en Washington.
En el Capitolio, el nerviosismo hacia la cuestión turca cada vez es más latente. Ya ha empezado la confrontación entre los senadores que, lejos de aceptar las exigencias de Ankara para no atacar a sus aliados en Siria, piden sanciones que castiguen a los turcos por comprar los S-400. Por otro lado, está el sector de Trump que busca evitar la confrontación lo máximo posible, más después de que ya hayan expulsado a Turquía del programa de los F-35 en el que Turquía invirtió 1.250 millones de dólares. Por eso han decidido responder y mover ficha amenazando con salirse de la OTAN si les imponen más sanciones.
Por el momento, la empresa Lockheed Martin Corp encargada de producir los aviones de quinta generación F-35, ha anunciado que para 2020 espera haber sacado a Turquía de su cadena de producción. La decisión, sin embargo, no ha cumplido con su objetivo de persuadir a los turcos para que detengan la compra de S-400 y negocien cambiar el sistema defensivo ruso por los Patriot norteamericanos. Tal es así que Rusia ya ha entregado los primeros S-400 y van a seguir con los plazos de entrega de acuerdo al plan y los tiempos acordados.
Visto que ni Rusia ni Turquía van a cancelar la compra y entrega de los sistemas de defensa, ahora Pompeo exige a Erdogan –como si fuese a hacerle caso– que no haga operativos los S-400 activando su radar; como si Ankara no hubiese pagado alrededor de 2.500 millones de dólares por los sistemas antibalísticos. Pero a pesar de las amenazas, ni siquiera el sector más beligerante del gobierno estadounidense tiene claro cuál debería ser la respuesta si Turquía hace caso omiso.
Desde Washington están jugando con fuego. Mientras que Trump intenta exculpar a las autoridades turcas de parte de su responsabilidad afirmando que todo es "culpa de Obama" por no haber sabido vender los Patriot a Turquía, hay otros senadores y miembros de su gabinete que solo entienden el lenguaje de la confrontación (al que llevan tantos años acostumbrados).
En una cosa eso sí tiene razón Trump, y es en que comprar F-35 y Patriots es realmente poco atractivo. El Pentágono estima que la producción de los F-35 puede ascender a los 406.000 millones de dólares, y aun así los aviones están dando más problemas que resultados. Sobre los Patriot… recuperando el titular de Jeffrey Lewis para Foreign Policy, "los misiles Patriot se producen en America pero fallan en todos lados".
Por eso mismo, basando su estrategia en presionar a un gobierno turco desprendido y provocador, los norteamericanos podrían terminar siendo expulsados de algunas de las bases aéreas más importantes en las que tienen tropas como la de Incirlik por ejemplo. Además, la amenaza de una intervención turca contra sus aliados kurdos en el norte de Siria –junto a los que hay al menos 1.000 marines– es cada vez mayor, así como el viraje hacia Rusia e Irán más obvio.
Pero la disputa de Turquía con sus aliados de la OTAN va mucho más allá de guerras comerciales, comprar sistemas de defensa a Rusia yendo contra toda directriz o los amagos de campañas militares contra sus títeres en Siria.
El pasado 22 de julio el ministro de exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, suspendió públicamente el acuerdo de readmisión de migrantes firmado con la Unión Europea en 2016 –por el que la UE entregaría a los turcos 6.000 millones de euros– después de que Bruselas dictase sanciones contra Ankara por sus explotaciones ilegales de gas en aguas chipriotas.
El acuerdo con Ankara sirvió para reducir el número de migrantes que llegaba mensualmente a las cosas griegas de 150.000 en 2015 a 3.000 tras el acuerdo. Sin embargo, ahora que Turquía lo ha cancelado, la crisis migratoria podría volver a amenazar en un momento en el que la tensión en Idlib se recrudece y Líbano apuesta por la expulsión de refugiados.
La inoperancia de la Unión Europea para gestionar la crisis de migración que sufre desde 2015 abre a los turcos la posibilidad de utilizar a los refugiados como herramienta de presión o, más bien y siendo cínicos, como moneda de cambio. Es, de hecho, lo que están haciendo.
Erdogan quiere adoptar una posición dominante en la región, pero también a nivel mundial, declarándose el garante y salvador de la 'Umma' (comunidad islámica más allá de las fronteras). "La cooperación entre Malasia y Turquía ayudará a liberar a la Umma de ser subyugada por otros", declaraba el 25 de julio. Y estas palabras las suscriben sus acciones.
Queriendo convertirse en 'el padrino' del islam militante, Erdogan empezó interviniendo en Siria con la creación del Ejército Libre Sirio y después su aparato de marketing más elaborado: los Cascos Blancos. Después decidió invadir territorio sirio sin legitimidad alguna bajo el pretexto de combatir a ISIS en al-Bab. Pero como hiciera EE.UU. en Kobane, no le pareció suficiente, y tras la victoria los turcos se quedaron para seguir expandiendo su presencia por el norte de Siria. En 2018 crearon el Ejército Nacional Sirio –un 'Frankenstein' que aglutina grupos mercenarios y yihadistas radicales de todo pelaje– para invadir Afrín.
Ahora, Erdogan pone a prueba a todo el mundo mediante la provocación. A Rusia armando y protegiendo a los yihadistas de Idlib, pero también a la OTAN comprando armamento ruso. Mientras, concentra a sus tropas en la frontera sur, en Akcakale y Ceylanpinar, frente a Tel Abyad y Ras al-Ayn, amagando con una intervención cada día más real contra las YPG en Manbij como ya lo hiciera hace poco más de un año en Afrín.
La estrategia de Erdogan es clara: jugar en un tira y afloja constante con todos, explotando las divisiones del resto de actores para debilitarlos –o para mantenerlos entretenidos, en lo que se erige como el nuevo sultán de la Umma.
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